El Pontífice insiste durante la misa de Inauguración en el cuidado de la naturaleza y de las personas, «sin miedo a la bondad ni a la ternura»
El gran programa del nuevo Papa es ponerse al servicio de los cristianos y de toda la humanidad siguiendo el ejemplo de San José, cuya fiesta se celebra hoy. Francisco dedicó tres cuartas partes de su homilía a presentar el servicio sobrio, humilde y entregado de José de Nazaret. Ese era su mensaje al mundo. Tan sólo en la parte final abordó «el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, sucesor de Pedro».
La tarea que asume Francisco se inspira en la que ejerció el esposo de María, y «¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende».
Con un lenguaje sencillo, el Santo Padre explicó que «Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, les acompaña en todo momento con esmero y amor». Concretamente, según Francisco, «está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús».
El Papa invitó a ver en José el modo de responder «a la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación».
La tarea de proteger la creación y las personas «no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos». Todo el mundo tiene la obligación de «custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y como nos muestrasan Francisco de Asís». En pocas palabras, se trata de «tener respeto por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la gente, preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se quedan en la periferia de nuestro corazón».
El Papa insistió en precisar todavía más: «Es preocuparse uno del otro en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se convertirán en cuidadores de sus padres».
«No debemos tener miedo a la bondad»
Pero no estamos en el Paraíso, y Francisco recordó que «el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen». Y concluyó: «No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura».
Pasando finalmente a mencionar su tarea, Francisco afirmó que hoy «celebramos el inicio del ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero ¿de qué poder se trata?».
El nuevo Papa explicó que «a las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas». Por lo tanto, continuó, «Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz».
Concretamente, el Papa «debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los más débiles, los más pequeños».
Es una indicación de Jesús, y es también «eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado. Sólo el que sirve con amor sabe custodiar».
Francisco había comenzado su homilía, pronunciada en italiano, recordando que hoy es el santo de Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, a quien los fieles dedicaron un gran aplauso.
Hacia el final de sus palabras, Francisco afirmó que deseaba «abrir un resquicio a la esperanza». Lo había conseguido plenamente. Su homilía fue quizá una de las más tiernas pronunciadas en la plaza de San Pedro. Los fieles estaban emocionados, y le premiaron con una ovación poderosa e interminable. Era también, la respuesta a su súplica final: «A todos vosotros os digo: ¡rezad por mí!».
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