He visto a la alcaldesa de París, la española Anne Hidalgo, bañarse en las aguas "turbulentas" del Sena, plagadas (nunca mejor dicho) de ratas, bacterias y podredumbre, para, emulando a Fraga en Palomares, animar con su gesto "heroico" a los triatletas que, junto con los nadadores de maratón, habrían de ser los primeros en zambullirse.
Inmortalizado en el arte, la literatura y la música y adorado por amantes que susurran palabras de amor o se separan entre lágrimas en la privacidad de sus orillas, sus aguas mantienen hoy un tono verde parduzco poco apetecible y tóxico, por lo que las pruebas han tenido que ser momentáneamente suspendidas.
La pobreza en los logros deportivos de los nuestros, de momento, y la abundancia de ratas en el Sena me facilitan el cambio de foco para referirme a otro evento "artístico" capital, zafio y paupérrimo.
Lo explican mucho mejor la periodista Rosa Martínezn en su artículo "Las wokeolimpiadas de París", y, más reciente aún, Charo Vázquez en esta misma sección con "La última cena de Jesús en París".
Inexcusable que me sienta obligado a incidir en el espectáculo dantesco, indecente y de mal gusto que tuvo lugar en la apertura de los Juegos Olímpicos de París 2024, donde, simulando la Última Cena de Cristo, una tropa de personas que nos exigen respeto en todas las ocasiones por su condición (personal, sexual o religiosa) tienen la osadía de burlarse del cristianismo, de la fe y las creencias de millones de personas.
Representación vomitiva y gratuita, ya digo, con un tipo cantando (que no canta), tapado con una guirnalda de flores, maquillado como un loro del Amazonas, rodeado de mujeres obesas y hombres con peluca, pechos postizos y tacones imposibles, con el remate "abusivo" de un grupo de niños bailando con drag queens, un espectáculo esperpéntico que, todavía hoy, avergüenza a toda Francia. Y no es para menos.
Obligados en pro de la igualdad, diversidad e inclusividad, a soportar una serie de rituales de humillación cada vez mayores, tiene un pase que soportemos que nos impongan de la manera más soez que a un tío con barba y la nuez como un pomelo le tengamos que llamar mujer. Sin embargo, que te refieras al mismo personaje diciendo que tiene barba y la nuez como un pomelo es un delito de odio.
Justo el que me produce incluir la palabra "gay" en este comentario, porque creo que la mayoría de los homosexuales preferirían simplemente seguir adelante; han avanzado mucho en las últimas décadas y ahora están a punto de perderlo todo gracias a los esfuerzos de la "agenda" por apretar este tornillo en particular.
Ah, que no lo entiende... ¡Pues haber "estudiao", buen hombre!
Yo coincido en que hay que ser un rata y realmente estúpido para atacar a quien ni te ataca ni se va a defender, y no hacerlo, sin embargo, a quien te persigue y te mata porque no acepta lo que eres, como sí sucede en otros países de todos conocidos; pero a esos ni tocarlos, que, por muchísimo menos, te azotan, mutilan o cuelgan de una grúa a la vista de todos... y no es plan, por muy rata que uno sea.
Volviendo a la proliferación de ratas (de unas y de otros): París (Macron) tiene el objetivo de mejorar la convivencia con sus ratas y olvidarse de erradicarlas. Eso sí, insistirán, como Nueva York (Biden), en la gestión de la basura, un punto que parece clave para el control.
Roma (Meloni), por su parte, sí que ha optado por la desratificación masiva después de que en 2023 el Coliseo, una zona donde nunca habían tenido graves problemas con estas plagas, acabara lleno de roedores.
En España (Sánchez) tenemos, sin contar a los políticos, cuatro ratas por cada diez habitantes. ¿Lo pilla?