LLEGA la hora de la verdad para Iñaki Urdangarín. De hecho, le llegó en el momento mismo en que se le abrió causa, pero prefirió darle largas, y ahora se encuentra frente a ella como ante las astas afiladas de un toro. Las últimas declaraciones de Mario Sorribas, su apoderado en la empresa Aizóon, en la que figuraban como empleados sus servidores domésticos en el chalé de Pedralbes, le dejan sin escape. No sólo a él, sino también a su esposa, copropietaria al 50 por ciento de Aizóon. Sin que le valga la maniobra que intentó en el Instituto Nóos: echar a su socio, Diego Torres, todas las culpas de que obtuviesen dinero de las más diversas administraciones sin ofrecer a cambio poco más que aire y pompa social. Ya entonces, el juez instructor dijo que no era creíble que el papel del duque fuese tan limitado. En Aizóon, la empresa creada con igual propósito cuando desde la Zarzuela le indicaron que debía abandonar Nóos, ni siquiera tiene ese escape. Porque en Aizóon su socio es su esposa, la Infanta Cristina. Y una de dos, o él asume entera, personal y plenamente la responsabilidad de las actividades de ambas sociedades, asegurando por activa y por pasiva que su esposa no tenía en los Consejos de Administración de los que formaba parte otra función que la meramente decorativa o continúa en su empeño de que era él quién vivía ajeno a las tramas montadas en dichos Consejos de Administración. Las dos cosas al mismo tiempo, repito sin ser jurista, por mera lógica, no. Es más, ya ha visto a qué le ha conducido: a que aflorasen e-mails que ponían en entredicho el papel de su esposa en la toma de decisiones en las compañías «sin ánimo de lucro» que habían creado, pero de las que todo apunta se lucraron personalmente, aunque eso tendrán que decidirlo los tribunales. Ahora, la cosa es mucho más grave al declarar sus más estrechos colaboradores que su papel en el entramado estaba al mismo nivel que el de Diego Torres. Confirmando, además, que las cantidades cobradas por conseguir unos Juegos Europeos en Valencia (382.204 euros) y fomentar unos Juegos Olímpicos y Paraolímpicos en Madrid (140.000 euros) fueron auténticos regalos, al no haber apenas contraprestación.
En situaciones tan desesperadas suele pensarse en el milagro o en la salvación desde las alturas. Pero el caso ha ido demasiado lejos y el clima en España está para todo menos para eso. La exculpación extrajurídica sólo puede venir de un acto de clemencia del Gobierno o de generosidad de la Jefatura del Estado. Y bueno está el Gobierno para dar indultos en casos de corrupción, mientras que fue el propio Jefe de Estado quien dijo en su alocución navideña de hace dos años que la Justicia en nuestro país es igual para todos. Lo que menos necesitan ambas instituciones es un acto de favoritismo tan evidente.
Asumir la responsabilidad de los propios actos es uno de los fundamentos de la democracia, si no el principal. Iñaki Urdangarín no puede eludir esa responsabilidad por más tiempo. Lo único que puede es arrastrar a su esposa con él o asumir la responsabilidad de lo ocurrido en Noós y Aizón, y esperar que, esta vez, la Justicia le crea.
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