La verdadera defensa de la paz
A pesar de todos los intentos por ofrecer a Moscú una relación constructiva con la Alianza Atlántica, Vladímir Putin ha elegido el camino de la confrontación y la guerra
Desde su fundación en 1949, la OTAN ha sido la organización militar más relevante de su tiempo y ha cumplido su principal misión, que no es otra que garantizar la seguridad de sus miembros. La paz es un bien, extremadamente frágil, que demasiadas veces hemos dado por garantizado, como si fuera algo natural, cuando en realidad en muchas partes del mundo constituye una excepción entre los que viven en una permanente situación de violencia. Para los europeos, la paz ha sido la regla hasta que la injustificada invasión rusa de Ucrania ha recordado que de algún modo estamos en guerra. Aunque la peor parte, y con diferencia, la estén sufriendo los propios ucranianos, para el resto de Europa está teniendo consecuencias y efectos que han cambiado nuestro entorno socioeconómico.
El incremento de la inflación, los problemas energéticos, la amenaza de falta de alimentos en muchas partes del mundo o la llegada de millones de refugiados ucranianos son síntomas que revelan la extrema gravedad de la situación que se dibuja en nuestro horizonte. La necesidad de desplegar más fuerzas en el flanco oriental de Europa es más acuciante que nunca, tanto como la de aumentar los presupuestos de defensa, al menos hasta cumplir el compromiso del 2 por ciento del PIB y, a ser posible, tratando de aprovechar todas las sinergias posibles con nuestros principales socios europeos.
La doctrina estratégica que se aprobará en la cumbre de Madrid debe definir precisamente cuáles son las amenazas que la OTAN va a tener que afrontar en el futuro. En la última redacción de estas orientaciones, aprobadas en 2010, todo el acento estaba situado en torno al terrorismo yihadista y la inestabilidad en Oriente Medio. En estos momentos, lo único seguro es que mientras permanezca en el Kremlin un dictador como Vladímir Putin, Rusia representará el principal factor de riesgo para las democracias euroatlánticas. A pesar de todos los intentos por ofrecer a Moscú una relación constructiva con la OTAN, Putin ha elegido el camino de la confrontación y la guerra, una actitud que no hace sino confirmar lo acertado de las razones de todos los países que han escapado de la órbita totalitaria que él se empeña en continuar, y que han acudido a la OTAN para proteger sus libertades bajo el manto de la defensa colectiva. La decisión de Finlandia y Suecia de acabar con su neutralidad para pedir su ingreso en la OTAN es la demostración palpable de que no existe ningún plan para acosar las fronteras rusas, sino todo lo contrario: es la respuesta natural a la intimidación –bien real– por parte de Rusia. No hay una proporción razonable entre las objeciones que pueda invocar Turquía para oponerse a esta ampliación y las evidentes ventajas que supone para todos los aliados la aportación de esos dos países escandinavos.
La principal fortaleza de la OTAN no está, sin embargo, en las armas de sus ejércitos, sino en la unidad y la solidaridad entre sus miembros, cimientos de la defensa colectiva. Por eso cabe lamentar que una parte del Gobierno español, el mismo que acoge la reunión, haya decidido tomar posición en contra de la Alianza. No se trata de acabar con la guerra, ni de patrimonializar una paz deseada por todos, como erróneamente proclaman, sino de expresar su apoyo a Putin y a las atrocidades que sus soldados cometen en Ucrania. La paz no se defiende con una ciega equidistancia, y aún menos con guiños de comprensión hacia el agresor. Es precisamente la disuasión efectiva y creíble que representa la OTAN lo único que impide a la Rusia de Putin extender sus ataques hacia el resto de Europa.
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