La mentira amortizada
A Marlaska aún le quedan cuatro versiones para superar a Ábalos, que dio seis del «Delcygate» y sigue en el cargo
Si mira a su alrededor, Marlaska se estará preguntando por qué tendría que dimitir. ¿Por obstruir a la Justicia? Dolores Delgado le torció el brazo a la Abogacía en el juicio del procés y no sólo siguió en el cargo sino que la nombraron fiscal general del Estado. ¿Por mentir a las dos Cámaras a la vez? Eso ya lo hizo Ábalos con seis versiones distintas de su encuentro con la lugarteniente del sátrapa venezolano. A Marlaska, que ha ofrecido tres, aún le quedan cuatro para superarlo. Y no le daría la vida, como a la niña aquella del vídeo de los deberes en el confinamiento, para empatar siquiera las trolas cotidianas del jefe del Gobierno. Desde que Carmen Montón
«dimitió» -o la «dimitieron»: ese verbo, como el de cesar, debería poder conjugarse también en transitivo- por plagiar una tesis, Sánchez se dio cuenta de que no podía destituir colaboradores sin ponerse en solfa a sí mismo y decidió aplicar su propio doble rasero a todo su equipo. Lo único que está mal visto en este Gabinete es decir la verdad; ése puede ser el único motivo por el que algún ministro corra peligro.
La conquista más asombrosa de este presidente es la despenalización moral de la mentira. Más aún: su absoluta amortización política. Al dividir a la sociedad española en dos bandos ha conseguido plena impunidad para el engaño; sus simpatizantes absuelven no ya sus fallos sino cualquier clase de procedimiento espurio que sirva para perjudicar a los adversarios. Es el blindaje perfecto, construido con materiales de sectarismo irredento. La invención de un enemigo quimérico justifica el incumplimiento de las reglas de juego mediante el elemental dilema de «nosotros o ellos». Se llama populismo y es un invento muy viejo, pero funciona cuando se ha debilitado el pensamiento social, se ha rebajado el estándar ético y además se dispone del control hegemónico de los medios. El poder es el cemento que tapa las grietas de la incoherencia o el desafecto.
Así Marlaska, que lleva tiempo tocado del ala -no es del partido, no se habla con Robles, no se entiende con Escrivá ni con Campo- puede quedar provisionalmente reforzado. La ofensiva de la oposición convierte su continuidad en asunto prioritario. Los estrategas de La Moncloa saben que no hay escándalo que dure más de una semana vivo y sólo les preocupa que la juez del 8-M lo cite como testigo. Para esa eventualidad sacarán a relucir la conjura de las togas y el golpismo jurídico, el recurso del victimismo, y en el peor de los casos, un ministro siempre es un fusible que salta para evitar un cortocircuito. Por eso él está perdiendo la ocasión de dar el portazo antes de que le digan, como a aquel personaje de García Márquez, que «hay órdenes que se pueden dar pero no se pueden cumplir, qué carajo». Pérez de los Cobos lo sabía y está fuera pero con su honor a salvo. Aunque vaya a empezar una operación para desacreditarlo.
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