Era difícil que Rodríguez Zapatero lo hiciera peor de expresidente que de presidente pero camino lleva. Se niega a asumir el papel de jarrón chino, de líder prejubilado a tiempo (¡qué bendición su marcha!) para dedicarse por entero a contar nubes, e insiste en aparentar el papel de «voz autorizada» cuando no hace otra cosa que desafinar según abre la boca. Su última ocurrencia ha sido proponer la inclusión de ministros separatistas o proetarras en La Moncloa, es decir, meter directamente en el Gobierno de la nación a aquellos que quieren destruirla. Cree Zapatero que eso apaciguaría a las fuerzas secesionistas. La simpleza de esta idea encaja con el «pensamiento bambi» que jalonó su paso por el poder. Conviene no
olvidar que el gran responsable del lío catalán es él, que se puso a hacer una reforma del Estatut con Artur Mas, en aquellas largas tardes de Moncloa en la que se cepillaron dos estancos de tabaco alumbrando un texto que después fue declarado inconstitucional por el TC en su parte mollar. Y de aquella pifia («Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán»), el barrizal de estos días. Entre los 47 millones de españoles, Zapatero es la persona a la que menos caso hay que hacer cuando dice Cataluña. Después de ser el gran causante de este enorme lío, de potenciar el victimismo «indepe» y de cebar su crecimiento, ahora propone meter ministros separatistas en la mesa del Consejo de Ministros. Esa es su manera de resolver la cuestión territorial, parecida a aquel genio anónimo que se hizo famoso asando la manteca o al Abundio de los dichos disparatados.
Desde hace años Rodríguez Zapatero lleva siendo una especie de contra-rey Midas que tiene el don de convertir en un albañal cualquier camino que decide transitar. Se puso a arreglar Cataluña con el resultado que vemos hoy. Se fue a Venezuela a solventar aquello y la pobreza, la represión, la violencia y la desesperación de aquel pueblo se ha multiplicado por diez. Un ejemplo, cuando él llegó a negociar (de parte del tirano chavista naturalmente) había un Parlamento en Caracas y después de sus primeras y hábiles gestiones, ya había dos, como hay dos presidentes, aunque solo uno sea legítimo (curiosamente, no su patrocinado).
España tuvo muy mala suerte al cruzarse en su camino la nefasta figura política de quien dejó el país
arruinado, dio alas a los separatistas, negoció con los terroristas (hasta que le volaron la T-4) y echó toda la sal que pudo a viejas heridas que las dos o tres Españas de siempre habían acordado suturar en la Transición. Zapatero es el típico gobernante que se cree elegido para una misión trascendental, para pasar a la historia, y su legado final no da ni para calle en un polígono industrial semiabandonado pero con las aceras impecables desde su Plan E.
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