El rechazo popular fuerza a la Casa Real a recortar su presencia en la calle.
Los recientes y sonoros abucheos a los Príncipes de Asturias en el Liceo de Barcelona, el templo de la burguesía catalana, no fueron una simple muesca más en el inventario del creciente rechazo popular a la Corona. Aquella demostración de repudio, expresado tanto a las puertas como en el interior del emblemático teatro, ha supuesto un punto de inflexión en el desapego de la calle hacia la institución monárquica, que la Casa del Rey, superada por los últimos acontecimientos, se ve incapaz de frenar.
El dilema al que se enfrenta La Zarzuela, que asiste con resignación a esa escalada, no es fácil de resolver: o mantener inalterable su agenda oficial, exponiendo a los miembros de la familia real a nuevas muestras de una desafección popular que parece imparable, o reducir su presencia en la calle reforzando las audiencias privadas y los actos en recintos cerrados, una especie de cordón sanitario que, sin embargo, aislaría a la Corona de los ciudadanos y podría provocar un daño mayor.
En la Casa del Rey creen que la solución -o el parche- está en un punto intermedio. Según las fuentes consultadas por El Confidencial, La Zarzuela se inclina por recortar parcialmente los actos públicos en abierto y, sobre todo, por ser mucho más selectiva a la hora de confeccionar la agenda oficial. El objetivo, según esas fuentes, es minimizar los daños. Pero reconocen que no se puede ir mucho más allá. Porque a nadie se le pasa por la cabeza encerrar a don Juan Carlos y su familia en una burbuja protectora.
La reina doña Sofía es la única que, a duras penas, ha logrado hasta ahora salvar el tipo, aunque tampoco se ha librado por completo del malestar ciudadano, como pudo comprobar recientemente en la inauguración de la Feria del Libro de Madrid. Ni siquiera la infanta Elena de Borbón, que ha ocupado un discretísimo segundo plano desde que el caso Urdangarin y el safari del Rey en Botsuana desataron la tormenta, pudo evitar los pitidos durante la Corrida de la Beneficencia que presidió la semana pasada en la plaza de toros de Las Ventas.
El desgaste del Príncipe
Pero lo que de verdad preocupa a La Zarzuela es el desgaste de Felipe de Borbón y, en menor medida, el de su esposa, Letizia Ortiz. Muy pocos podían imaginar que el heredero de la Corona iba a ser vituperado en el interior del Liceo por la alta burguesía catalana, tradicionalmente monárquica y poco dada al exhibicionismo. De ahí que definitivamente hayan saltado todas las alarmas en la Casa del Rey: si esto ha ocurrido en un lugar cerrado, culto y refinado, ¿qué podría suceder si ese malestar se desbordara en la calle?
Entre el círculo más cercano a don Juan Carlos, encabezado por el jefe de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, se extiende el convencimiento de que los Príncipes de Asturias están pagando los platos rotos de una animadversión social que ellos no han provocado. Bien al contrario, el futuro monarca y su esposa han tratado de levantar un muro de contención que los aísle del cataclismo desatado en la imagen y el reconocimiento de la Corona por otros miembros de la familia real. Pero los hechos están demostrando que esa protección ha servido de poco.
Los planes de La Zarzuela para proyectar la figura de unos Príncipes ajenos a la corrupción y símbolo del futuro de la institución monárquica, cuya continuidad garantizan el heredero y su primogénita, la infanta Leonor de Borbón, están haciendo agua. Ningún gesto parece suficiente para preservar a aquéllos, y a la familia real en general, de la irritación popular: ni la marginación de Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina de Borbón de la agenda oficial, ni las disculpas públicas del jefe del Estado tras la cacería de elefantes ni, más recientemente, el anuncio de someterse a la futura Ley de Transparencia, han servido para aplacar el desapego ciudadano.
Ese alejamiento de la opinión pública incluso se ha agudizado tras la suspensión de la imputación de la infanta Cristina, que fue citada a declarar por el juez José Castro hasta que la Audiencia de Palma paralizó su comparecencia. El papel de la Agencia Tributaria, empeñada en exculpar a la hija del Rey de presunto fraude fiscal y blanqueo de capitales, delitos por los que está siendo investigada, han exacerbado aún más los ánimos, contribuyendo a extender la percepción de que aquélla está recibiendo trato de favor.
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