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martes, 28 de abril de 2020

YA NO SOMOS COMO ANTES.

EL PENSADOR
 
APRENDER A CONVIVIR
El azote de esta pandemia ha llegado hasta los rincones más impensables de nuestra sociedad. Nunca hay nada que garantice que la vida está libre de amenazas, como la sobrevenida en España con el COVID-19.
Quienes se han confinado en sus domicilios se esperanzan volcando sus mejores deseos en una vida que aspira a recobrar su meridiana estabilidad. Ciertamente, un paso en falso en esta desescalada podría ser fatal en toda la población. No echemos las campanas al vuelo porque la recta final de un estado de alarma nos exige ser aún más responsables con nuestra vida y la ajena.
La salida de niños acompañados ha sido algo alentador. Nada más salir a la calle había padres que preguntaban a sus hijos que cómo se sentían después de seis semanas en casa. No obstante, se veía en avenidas y parques un alborozo que descuidaba la distancia de seguridad imprescindible. Yo creo que es necesario que agentes policiales regulen y supervisen estos reencuentros.
Me pregunto si en las sucesivas concesiones del Gobierno en esta apertura los ciudadanos actuarán cabalmente. ¿Dónde acaba el miedo y empieza la confianza? ¿Cuándo hay certeza de que el riesgo queda superado por la tranquilidad? Se asume lo difícil que es evitar una aglomeración en una ciudad, sobre todo en horas punta. Cuando se normalice la vida social, ¿serán los organismos, las tiendas, los autobuses y los restaurantes lugares que no inquieten al ciudadano? Y el otro asunto es el retorno definitivo a nuestra afectividad; es decir: ¿podremos dar la mano, abrazar y besar sin miedo a un rebrote?

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