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sábado, 19 de octubre de 2019

DE LA MANIFESTACIÓN AL ASEDIO BRUTAL A LA JEFATURA SUPERIOR DE LA POLICÍA EN BARCELONA.

Miembros de los CDR, en los disturbios de Barcelona este viernes

De la manifestación, al asedio brutal a la Jefatura Superior de la Policía en Barcelona

La Policía Nacional resiste durante más de diez horas en Barcelona las acometidas de miles de radicales.

«Son infiltrados», decía Quim Torra en el Parlamento para explicar las batallas campales de esta semana en Barcelona. Pues no es verdad. Anoche, después de la manifestación convocada como punto culminante del paro secesionista, miles de jóvenes asistentes acudieron a Vía Laietana a apoyar a los encapuchados que desde el mediodía lanzaban todo tipo de objetos contra los agentes. Es más; durante el trayecto se les veía sacar de sus mochilas el «kit» de guerra: casco, pañuelo para taparse el rostro, gafas de buceo y botellas de agua para combatir la posible utilización por parte de las Fuerzas de Seguridad de gases lacrimógenos. Minutos después lanzaban adoquines, cócteles molotov, objetos impregnados de ácido, botellas y cuanto tuvieran a mano, en una depurada guerra de guerrillas que los cabecillas controlan bien.
La manifestación previa fue, sin duda, una movilización equiparable a la Diada. Que fuera algo mayor o menor da lo mismo, porque el hecho cierto es que cientos de miles de ciudadanos salieron a las calles para protestar por la sentencia del Tribunal Supremo. Es verdad que la mayoría se comportó de forma pacífica, pero también que junto a ellos, codo con codo, marchaban aquellos que han convertido estas noches en un infierno la Ciudad Condal. Y que no recibieron reproche alguno por su comportamiento, como si las salvajadas de los últimos días hubieran sido cosa de «jóvenes revoltosos» pero con buen corazón.
Las seis marchas que ayer confluían en la Ciudad Condal no crearon más problemas que los derivados de los cortes de carretera que provocaban a su paso y que convertían los accesos a Barcelona en una ratonera para decenas de miles de conductores. El tono fue festivo en general, y la mayor parte de la gente se disolvió sin problemas cuando acabó el acto.
Era, claro, la cara amable del nacionalismo. Pero quedaba por mostrar la otra, la del odio y la furia, que quiera o no ha sido alentada muy especialmente por el presidente de la Generalitat Quim Torra en medio de una total impunidad y el silencio cómplice de muchos nacionalistas que sí detestan la violencia. Comenzó a mostrarse pronto, al mediodía, por tanto horas antes de la marcha, pero entonces era un grupo de unos 200 individuos, muy violentos pero relativamente sencillo de controlar para las UIP. Pero la cara más dura quedaba por llegar.
Si duros han sido los enfrentamientos de las noches anteriores, lo que ocurría anoche no ya solo en Vía Laietana, sino también en la plaza Urquinaona y calles adyacentes lo superó con creces. El paisaje humano no invitaba al optimismo: jóvenes en edad universitaria y chicos y chicas de instituto, incapaces de conocer el alcance de sus actos pero que son utilizados por los radicales porque saben de su inconsciencia. Al ser viernes, además, las ganas de «juerga» eran aún mayores, aunque estos días las universidades han estado prácticamente vacías.
En las diez horas de incidentes que se llevaban al cierre de esta edición se vivieron escenas terribles. Los policías apenas podían contener a la masa y tenían que utilizar gases lacrimógenos, que hacían el ambiente irrespirable. Las escenas de pánico de los más jóvenes, que ni siquiera podían contener las lágrimas, les ponía sobre la pista de que aquello no era un juego. Sus compañeros de más edad, sin embargo, mucho más curtidos, tenían gente en la retaguardia con ese agua que te alivia el picor de garganta y de ojos que provocaba el material antidisturbios.

Contención policial

Por cierto; nadie podrá decir que hubo provocación por parte de la Policía; no actuó hasta que la situación fue insostenible, y en las primeras horas con una contención que, vista desde fuera, parecía incluso excesiva. Pero comenzaron los lanzamientos de cohetes de pirotecnia, de cócteles de molotov, se levantaron barricadas que eran luego quemadas y se intentaba destrozar los vehículos policiales, cuyos conductores dieron una lección de manejo del volante al conseguir no atropellar a ninguno de los enloquecidos.
Cada lanzamiento de adoquines, de cócteles molotov, era jaleado por la masa. Lo mismo que el destrozo del mobiliario urbano, utilizado bien como munición o material para levantar barreras. Las obras próximas eran asaltadas para apropiarse de todo aquello susceptible de ser lanzado contra los agentes. Y a no más de un kilómetro de allí la gente aún hablaba de la supuesta brutalidad policial.
Entre cohetes, petardos y las detonaciones de los lanzamientos de los botes de humo y las pelotas de goma, la zona parecía un auténtico campo de batalla. A pesar de eso, algunos locales de bebidas seguían abiertos y haciendo su agosto, porque no hay que olvidar que el alcohol, el hachís y otras sustancias son también combustible de estos individuos.
Pasadas las nueve de la noche los Mossos d’Esquadra enviaban refuerzos en auxilio de la Policía Nacional, que también aumentaba su fuerza en la zona. Los violentos, mientras, planeaban su respuesta. Los daños van a ser importantes, una noche más.

Se extienden las algaradas

Al cierre de esta edición los incidentes habían llegado a la calle Pau Claris y no había el menor indicio de que la situación fuese a solucionarse pronto. Los CDR, además, aspiran a que la violencia se cronifique y lo peor es que no hay responsables del nacionalismo que de una vez intenten parar esta ola de violencia.
Como informó ABC, mandos de la Policía y los Mossos consideran que lo que ocurre en Barcelona no es un problema de orden público; es una rebelión, una parte de la sociedad que se ha levantado contra el Estado y que utiliza medios violentos. Ayer, de momento, el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón abrió una pieza por terrorismo.
ESTO ES UNA GUERRA CALLEJERA.

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