Me da la sensación de ver vendedores de crecepelo a los políticos que se desgañitan ante su acólitos para convencerles, ya convencidos, de que ellos son los mejores, los que les van solucionar todos los problemas cotidianos y de cartera que padecen. Se suben a las tarimas y escupen eslóganes y sentencias con la venas de sus gargantas hinchadas, se quedan afónicos y sin respiración, los esfuerzos son mayúsculos para autoproclamarse los mejores y mientras los oyentes con lágrimas en los ojos musitan para sus adentros “estos son los míos, por ellos doy y hago todo lo que haga falta”.
Uno ya es mayor y tuve la suerte o desgracia de pegar muchos carteles electorales y publicitarios por la noches en numerosas campañas e ir a trabajar con sueño, asistir a mítines y ser interventor o apoderado electoral defendiendo los intereses del partido con un jornada dominical 14 o 16 horas de trabajo y recibir un bocadillo por comida con el deseo de que todo cambiara tras esas elecciones pero desgraciadamente con el paso del tiempo todo seguía igual o peor. Los que en campaña te daban palmaditas en la espalda y eran tus iguales y colegas, tras el escaño logrado se distanciaban y si podían evitar el saludo lo hacían para que no les objetivaras nada y menos les pidieras algo.
José Ángel Miyares Valle
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