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sábado, 25 de mayo de 2013

LOS POLÍTICOS PIDEN ESFUERZOS A LOS DEMÁS QUE ELLOS NO CUMPLEN

Alonso fumando un cigarro en un bar. | Gtres
El cigarrito de Alfonso.
Pues pensaba escribirles sobre Satanás. El título previsto era "No te tengo miedo". Porque, por fin, el Arzobispado de Madrid está estudiando -acabamos de saberlo- formar a sacerdotes como exorcistas. ¡Ya era hora! Me hubieran venido muy bien hace algunos meses, cuando mi casa estaba encantada, además de encantadora, y había sujetos a los que no había invitado por todas partes.
Verán, sucedían cosas de lo más extrañas. Luces fluorescentes que se desplazaban lateralmente por mi salón, libros -y no uno cualquiera, sino uno sobre el más allá-, que antes del amanecer se caían de su estantería; cafés que se desplomaban al suelo, al desprenderse el asa de la taza que lo contenía para, tras impactar con la tarima, impulsarse asombrosamente hasta manchar el techo, a tres metros de distancia. Fíjense: necesité un pintor.
Tengo que reconocer que entonces sí tenía miedo. Bueno, lo confieso: en ocasiones, pánico. Sobre todo cuando se daban los estruendos. A veces sonaba en la cocina, otras veces en el cuarto de estar, un fortísimo ruido parecido al que hace un trueno, aunque más corto. Y eso que no había ninguna tormenta.
Me fui de mi casa no menos de cinco veces, en plena madrugada, en medio de un ataque. De ellos, de mis percepciones, de todos. Me iba a toda prisa, mirando atrás cada pocos segundos para ver si venían, sintiéndome culpable cuando entraba en el hall del hotel más cercano por no desafiar a esos extraños que tanto desasosiego me causaban.
Llegué a creer que, quizá, estaba poseído. ¿Sería yo? Yo, el que generaba las ruidosas pisadas de alguien subiendo por la escalera, aunque estuviera solo; yo, el que provocaba el ruido, incontestable, que hacía la puerta de entrada al abrirse, aunque no hubiera nadie cerca; yo, quien producía unos cambios de temperatura insólitos en mi cuarto en mitad de la noche.
Yo, también, el que provocaba que en tres emisoras de radio diferentes se escuchara la misma canción, una que no conocía nadie. Y puede que fuera yo, igualmente, quien provocaba aquella melodía que sonaba con frecuencia, tocada casi siempre por un violín, a veces un piano, que se escuchaba en mi casa encantada, en la que no había instrumentos; ah, y el tarareo de aquella mujer, sí, que canturreaba una nana cuyo sonido no era bajito sino lejano. Que no es lo mismo.
Sería yo, pensé; así que visité a un exorcista como los que el Arzobispado madrileño pretende formar. José Antonio Fortea, uno de los más prestigiosos. Pero no, me dijo, después de un cuidadoso examen. Tú no estás poseído. Será la casa, que estará encantada.
Será, le dije.
La única solución que me dio el sacerdote fue "reza, Ángel, reza". Para alguien producto de una larga infancia en los Escolapios, por supuesto ateo, esa no resulta ser una solución de gran credibilidad.
Así que, en vez de hacerle caso, me puse a buscar hechiceros, médiums y otros charlatanes; también numerosos expertos en el más allá, más que en el acá, y otros profesionales del oscuro y profundo mundo esotérico.
Peregrinaron por mi casa toda clase de bienintencionados doctores del alma y otras artes, todos encontrando diferentes razones que explicaban los enigmáticos e incómodos sucesos. Ninguno me convenció, la verdad, por mucho que ellos defendieran, con enorme satisfacción, sus propias teorías aclaratorias.
Pues de todo esto pensaba escribirles hasta que vi la foto. Alfonso Alonso, AA, como las pilas, fumando en un bar. Y pensé: ¿el portavoz del PP cazado en un flagrante acto ilegal? ¿La persona a través de la cual nos hablan los populares, dando ejemplo a la ciudadanía de pésima educación, de escaso respeto a los demás, de salvajismo urbano? Y pensé: "vaya, tengo que cambiar este Cuadrilátero".
Porque el cigarrito de Alonso parece irrelevante, pero no lo es. Más bien al contrario, representa muy bien a nuestros políticos: proponen, elaboran y establecen las leyes, y luego se las saltan. Pretenden que todo el mundo se someta a ellas, pero ellos no lo hacen. Quizá sienten que no son seres susceptibles de tener que cumplirlas, porque son políticos.
La imagen del cigarrito nos retrotrae a otros años en los que muchos no fumadores odiábamos entrar en los sitios cerrados, ya que salíamos de ellos necesitados de una ducha urgente.
El cigarrito de Alfonso es insolidario, ataca a la salud del vecino, y agrede a la legislación vigente. Así que no es, desde luego, irrelevante.
No me extraña que los duendes que habitan mi casa encantada no hayan querido dejarla: con estos políticos, para quienes no solo la calle, sino hasta los bares, les parecen suyos, yo tampoco querría abandonarla.

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