Quizás Angela Merkel debiera leer más a Keynes. Es la receta que aporta Robert Skidelsky (Manchuria, 1939), economista y biógrafo por excelencia de John Maynard Keynes. «Al igual que Keynes, Merkel tiene mucha imaginación: hay que tenerla para creer que la austeridad traerá el pleno empleo porque no tiene sentido». Este profesor de Economía Política de la Universidad de Warwick dedicó treinta años de su vida a investigar las 62 primaveras que vivió Keynes, sintetizándolo en una exhaustiva obra de más de 1.300 páginas que ahora RBA edita traducida al español. En sus páginas se puede conocer al Keynes bohemio que creció en ambientes intelectuales como el club de Bloomsbury, del que formó parte junto a otros ilustres como Virginia Woolf o Bertrand Russell, y al economista que intentó estabilizar la economía durante y después de las dos Guerras Mundiales. En la mayor zozobra económica conocida desde la Gran Depresión, Skidelsky, que también cuenta con un amplio currículo como economista, lamenta las políticas de austeridad que se han impuesto en la actualidad en Europa. Y arremete contra España: «Es estúpido y perverso tener un 27% de desempleo».
—¿Cómo definiría a Keynes?
—Era un rebelde muy inteligente. Tanto que inventó un sistema en el que sentirse a gusto. La mejor definición que he encontrado de él la hizo su amigo David Garnett en una carta dirigida a él en el que le escribía lo siguiente: «Eres un genio. Y de vez en cuando los salvajes te sacan de tu botella para sus objetivos para después volverte a encerrar en ella».
—¿Qué influencia tuvo la vida privada de Keynes en sus teorías?
—Es fácil relacionar la vida privada de un pintor o de un escritor en sus obras: lo puedes ver en sus personajes. Pero en economía o en matemáticas, las teorías son abstractas, lógicas y científicas. Es posible que algún hecho de la vida privada de Keynes influyera en ciertas decisiones, pero no en una teoría completa. Sobre las recientes declaraciones de Niall Ferguson (el historiador británico achacó la defensa del gasto y la deuda pública de las tesis de Keynes a que era homosexual y no tuvo hijos), para empezar no es correcto decir que Keynes era homosexual: era bisexual y tuvo dos grandes amores en vida, el artista Duncan Grant y la bailarina Lydia Lopokova, que fue su mujer. Coincido con la rectificación posterior de Ferguson, que ha pedido disculpas y ha tildado sus propias afirmaciones de estúpidas e inoportunas. Estoy de acuerdo.
—¿Cuál ha sido el gran legado de Keynes?
—Si tuviera que elegir solo un aspecto, su gran contribución fue que en una época tumultuosa sirvió para encontrar un punto de equilibrio. Sin Keynes estoy convencido de que Europa hubiese caído por completo bajo el comunismo o el fascismo. Probablemente, bajo lo segundo.
—¿Fue Hayek el principal oponente intelectual a las ideas de Keynes?
—Definitamente, Hayek fue su gran rival y no Milton Friedman. Intelectualmente, Friedman fue primo de Keynes.
—En su libro destaca que la imaginación fue una de las grandes cualidades de Keynes. ¿Echa en falta algo de esto en la crisis actual?
—No sé que decirle. Al igual que Keynes, Merkel tiene mucha imaginación: hay que tenerla para creer que la austeridad traerá el pleno empleo porque no tiene sentido. La imaginación es necesaria para resolver la crisis actual, pero con sentido común.
—¿Qué piensa de la crisis europea?
—Los países de la Eurozona se han puesto a sí mismos una trampa increíble. La única forma de que salgan de la crisis es integrándose para conseguir una verdadera unión o que se rompa el euro. Si no van a acometer las grandes reformas que se requieren, es mejor dejarlo. España estaría mucho mejor si no estuviera en el euro. Quizá se podría formar una Eurozona más pequeña, una «Germanozona», con Alemania, Holanda, Luxemburgo Dinamarca, y probablemente Polonia y Francia.
—¿Qué haría Keynes ante el 27% de desempleo de España?
—No sé qué pensaría, pero es estúpido y malvado tener un paro de estas características. Significa sacrificar a una generación.
—A finales de los setenta parecía que las tesis de Keynes estaban desterradas de los ámbitos político-económicos. En 2008 volvió con fuerza. ¿En qué punto se encuentra ahora?
—Sus ideas volvieron en 2008, pero por muy poco tiempo. Incluso el líder de la escuela de Chicago, Robert Lucas, dijo que cuando estás en la trinchera necesitas a Keynes para salir de la crisis. Supongo que es el «instinto keynesiano» de recurrir a él cuando la cosa va mal y poner una barrera de estímulos fiscales que impidan el colapso de la economía. El problema es que la mayor parte de estos estímulos fueron a parar a los bancos. Ello provocó que se dispararan los déficits y que se subieran impuestos. Así, entre 2009 y 2010, los países comenzaron a implantar la austeridad. Europa intentó acabar de un plumazo con los déficits fiscales y su deuda pública y tres años después tenemos más de ambos. Como Keynes explicó, no se puede reducir el gasto público cuando el sector privado está tan dañado ya que esto provoca la contracción de la actividad. Y en Europa intentan que sean las exportaciones las que funcionen como motor de la economía. Pero tampoco tiene sentido, ya que cuando un país vende, otro compra. Los que importaban, ya no lo hacen. Ahora la mayoría del continente está en recesión: España, Italia, Francia, Irlanda, Grecia... solo a Alemania le va bien. Cuando una economía como la española se ha contraído un 10% en los últimos años, un déficit público del 5% es pequeño. ¡Debería ser del 10%! No puedes aplicar un déficit máximo del 3% del Producto Interior Bruto como intenta Angela Merkel porque, como Keynes afirmó, es imposible predecir qué va a ocurrir en el futuro y qué situaciones se van a dar.
—¿Ve a algún economista de la actualidad como sucesor de Keynes?
—Ninguno de su nivel, pero hay algunos que tienen una gran influencia. En Estados Unidos podría decir a Larry Summers, Paul Krugman, Joseph Stiglitz o Brad DeLong. En Reino Unido tenemos a Martin Wolf, del «Financial Times», Simon Wren-Lewis, de Oxford, o Danny Blanchflower.
—¿No le recuerda el papel de los bancos centrales en la actualidad a la guerra de divisas que se produjo en los años treinta?
—Algo hay que hacer. Todas las teorías económicas han fallado: la bancaria, la financiera, la macroeconómica relativa al Gobierno... ¿Cuál nos queda? La monetaria. Desde Estados Unidos y Japón se está intentado que funcione. Hay que espolear la demanda interna, y ante la anulación de todo posible estímulo de política fiscal debido a la austeridad, la solución es la liquidez.
—¿Es aún posible conseguir «la buena vida», concepto al que, según Keynes, debía servir la economía?
—Sí, una vez que volvamos a la «vida normal», en la que ahora no nos encontramos. Una vez que China encuentre una forma de crecer más igualitaria y el sector bancario mundial reduzca su peso en la economía hacia los niveles a los que debe, podremos volver a preguntarnos la pregunta original: ¿Cuál es la finalidad de la actividad económica? ¿Cuánto es suficiente? Preguntas éticas. De momento hay que acabar con la crisis, volver al punto cero. Porque no vas a poder crear la «buena vida» que proponía Keynes a partir de las ruinas de la presente situación.
—Keynes siempre tuvo problemas para implantar sus ideas. ¿Comprendió realmente el sistema político?
—Asumió el sistema político con más o menos fortuna. No creo que pensara que los políticos prometieran más de lo que podían dar, así que quizá fue demasiado ingenuo en ese sentido. Pero también hay que decir que él fue un hijo de su tiempo y del sistema político de su época: cuando Keynes creció solo una minoría de personas tenían derecho a voto. El sistema político estaba compuesto y lo decidían personas que procedían de la misma clase social, que habían ido a las mismas universidades, que hablaban la misma lengua... La democracia como sistema masivo de votos nunca llegó a aplicarse del todo mientras vivió y nunca lo entendió del todo. Keynes sencillamente asimiló el modelo que había conocido. Por ello, hay un problema sobre cómo llevar las ideas de Keynes a un sistema totalmente democrático, porque en su época la democracia fue solo parcial.
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