Mentiras para encubrir una tragedia
Era difícil, pero el presidente del Gobierno se ha superado a sí mismo con un monólogo artificial de dos horas para hacer un balance del año de gobierno, que ha tildado pomposamente de «rendición de cuentas»
Era difícil, pero el presidente del Gobierno se ha superado a sí mismo con un monólogo artificial de dos horas para hacer un balance del año de gobierno, que ha tildado pomposamente de «rendición de cuentas». Tan sobreactuado ha sido, que cualquier ejercicio de propaganda anterior quedó palidecido. Para empezar, ha presentado el trabajo de un supuesto «panel de expertos independientes» que, bajo el lema «Cumpliendo», concluyó que Pedro Sánchez ya ha ejecutado el 23,4 por ciento de su programa en un solo año de gestión. Así no es difícil predecir que al final de la legislatura habrá sido el 99,9 por ciento, pero para entonces la democracia ya será una reliquia del pasado.
No era día para triunfalismos después de un año con casi 78.000 muertos en una pandemia tan pésimamente gestionada. Pero Sánchez ni siquiera se sonrojó suplantando al Congreso con un grupo de «expertos» nombrados a dedo para hacer la fiscalización que deben hacer las Cortes, o colonizando a su exclusivo servicio todas las televisiones. En una democracia, un Ejecutivo rinde cuentas en el Parlamento, no en La Moncloa convertida en un plató de televisión, y los únicos expertos independientes son los Tribunales, esos a los que el Gobierno quiere hurtar su autonomía y libertad. Con al menos 78.000 españoles y con sus familias, Sánchez no ha «cumplido» absolutamente nada. Habló de un Gobierno transparente que sin embargo ha recibido serios reproches de Transparencia por ocultar información esencial de sus gastos con dinero público, de contratos de la Administración, y hasta de sus vacaciones. Habló también de «ejemplaridad pública», y por eso cabe preguntarse si es ejemplar pactar con Bildu, excarcelar etarras, arremeter contra los fiscales que se oponen a los indultos de separatistas condenados por sedición, o mentir diariamente sobre el número de muertes por coronavirus.
Sánchez no hizo un balance de nada. Fueron minutos y más minutos de palabrería hueca en una irritante operación de mercadotecnia para mantener oculta su verdadera agenda, y encubrir su estrategia de laminación de nuestro sistema institucional. El de Sánchez ha sido un año de desprecio al ciudadano, de demagogia gestual, de agitación ideológica y de erradicación de los consensos constitucionales. Ha sido un año demoledor para España, pero escuchando a Sánchez somos un edén.
Nada hubo en su balance sobre el colapso caótico de las oficinas de la Administración para atender a cientos de miles de ciudadanos envueltos en ERTE. Nada hubo sobre unos créditos ICO para empresas necesitadas de supervivencia, pero sustentados sobre una auténtica falacia. Nada sobre el salario mínimo que prometió subir y no sube, aunque al menos en esto acierta. Nada sobre su fallido «escudo social» y la estafa moral en que se ha convertido la «renta mínima vital». Nada sobre las mentiras con las que se negó durante meses a rebajar el IVA de las mascarillas. Y nada sobre el hundimiento de la industria, el turismo, la hostelería, el comercio o el ocio. Nada sobre las quiebras masivas. Y nada sobre su golpe legislativo contra el castellano para fulminar el sistema educativo. Nada hubo en su balance sobre el hartazgo de los sanitarios, ni sobre las colas del hambre, ni sobre los desprecios de su Gobierno a la Corona, ni sobre el intento de asalto al Poder Judicial. Tampoco hubo nada sobre las advertencias de Europa por sus abusos contra los jueces o por unos presupuestos generales en los que nadie cree en Bruselas. Nadie iba a quedar atrás. Y nadie queda nunca atrás… si no se mira hacia atrás. Eso es lo que eludió Sánchez con un cinismo elocuente e inventando un sucedáneo de debate sobre el estado de la nación a medida y sin oposición. Son los primeros síntomas de una «democracia de autor» diseñada sobre el autoritarismo, la mentira y la abrasión institucional.
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