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sábado, 19 de septiembre de 2020

LOS ESTABLECIMIENTOS TEMEN EL CONFINAMIENTO:

 


Los establecimientos temen el confinamiento: «La gente no puede venir a mi bar, pero al de enfrente sí»

Desde el lunes, más de 850.000 madrileños solo podrán entrar y salir de sus barrios para lo imprescindible, como acudir al trabajo, al médico o a los centros educativos. ABC sale a la calle para preguntar a los afectados.

El bar de Cristian remontaba después de una primavera y un verano críticos, hasta hace unos días. Ubicado en el distrito madrileño de Usera, uno de los puntos calientes del coronavirus, ayer se confirmaron sus peores temores: un segundo confinamiento, aunque menos estricto que el primero. «Es horrible», es lo primero que dice este joven de 32 años, que regenta el Manchego desde 2013.

Desde el lunes y durante los próximos 14 días (un periodo que puede prorrogarse), más de 850.000 madrileños de 37 zonas sanitarias solo podrán entrar y salir de sus barrios para lo imprescindible, como acudir al trabajo, al médico o a los centros educativos. Sin embargo, al margen de las restricciones a la movilidad, las nuevas medidas son un duro golpe para los establecimientos que a duras penas trataban de levantar cabeza.

 

A partir del lunes, Cristian no podrá servir en la barra, deberá reducir el aforo al 50 por ciento y cerrar a las 22 horas. «Vamos a bajar un 50 por ciento la venta. Los mismos gastos y nada de ayudas. ¿Quién va a venir a cenar a las ocho de la tarde? ¿Cómo vamos a pagar los sueldos de los tres?», resume, junto a las dos mujeres que trabajan con él. Tampoco entiende el criterio para confinar las zonas marcadas: «Soy de Orcasitas y ahí tengo libertad pero aquí está restringido. Y el bar de la acera de enfrente que pertenece a otra zona sí puede trabajar», cuestiona.

Los vecinos también acogen resignados las nuevas medidas. «Está muy mal explicado, no estamos muy enteradas», comentan Nieves y Carmen, de avanzada edad, mientras disfrutan de un café en la terraza de Cristian; quizá, uno de los últimos. «Llevo un año sin ir a El Corte Inglés para evitar salir, solo venimos aquí a tomar el café y en invierno ya no podremos», lamenta la primera.

Al costado del bar, Manuel se dispone a abrir su joyería desde hace 25 años. Las restricciones también le afectan. «Evidentemente, criminalizan a los barrios, los medios llevan mucho viniendo aquí y la gente tiene miedo. Nos afecta a todos», afirma. La misma indignación se palpa en el cercano mercado municipal de Usera. «En un barrio obrero la gente ya está muy perjudicada», asevera Eugenio, mientras corta varias piezas de carne para uno de sus clientes. «Lo que no puede ser es que no se ha hecho absolutamente nada, no hay citas para el médico, los autobuses pasan cada 15 minutos, el Metro está abarrotado, y los rastreadores, no conozco a nadie que le hayan llamado para hacer el seguimiento. Un completo desastre», escenifica Alfonso, antes de recoger sus bolsas.

Las cifras preocupan, pero las restricciones atemorizan en estos barrios que comparten rentas bajas, viviendas estrechas donde se hacinan familias numerosas y empleos incompatibles con el teletrabajo. «Me parece un poco mal este confinamiento. Mucha gente se va a quedar sin trabajo porque les van a reducir la jornada o simplemente porque haya menos movimiento», cuenta Taylane, que se traslada desde Carabanchel (otro de los distritos afectados) a Usera para atender una panadería. «Ya nos han mandado los permisos, que dicen cuándo trabajamos y dónde», añade. Antes de despedirse, pide que este encierro «no sea muy duro».

Las zonas básicas de salud de Doctor Cirajas y La Elipa, ambas en el distrito de Ciudad Lineal, se han levantado con la sombra del mes de marzo pisándoles los talones. Los vecinos de estas áreas no han podido evitar recordar las restricciones que se impusieron a nivel nacional a principio de la pandemia. «Nos da miedo volver a pasar por eso. Han sido meses muy duros y, aunque estas medidas son menos limitantes, no tenemos claro qué consecuencias van a tener en el consumo», comenta Luis Arias, uno de los vecinos de una de las zonas afectadas cuya esposa regenta un pequeño negocio de muebles.

Junto a la economía, otra de las grandes preocupaciones surge entre los padres con hijos en edad escolar. «Mi hijo va a un colegio que está situado en otro distrito. No sé qué tipo de salvoconducto necesitaría para que continuara con sus clases», se preguntaba Raquel. «Supongo que llevaré siempre encima la matrícula del colegio por si me para la Policía y me pregunta que dónde voy», añadía en una conversación entre vecinos en la calle de Ascao.

Las restricciones que entrarán en vigor pasado mañana han sido recibidas de manera desigual. Así, Ricardo y Sofía, dos corredores que salen a practicar deporte temprano para «evitar las aglomeraciones todo lo posible», mostraban su conformidad ante unas medidas que consideraban «más que necesarias». «Reducir los aforos y limitar los movimientos ayudará a frenar los contagios en el barrio». Por el contrario, Manuel González, residente «de toda la vida» en La Elipa, considera que «llegan tarde»: «Deberían haber empezado hace un mes, antes de que se volviera a los colegios». «El parque que se ve desde mi salón ha estado plagado de gente sin mascarilla durante todo el verano que no guardaba la distancia de seguridad», comenta sobre las áreas verdes situadas junto a la avenida del Marqués de Corberá.

Esceptiscismo ante las actividades permitidas

Aunque se han reducido los aforos en bares y restaurantes y se prohíbe salir de casa para actividades que no sean imprescindibles, sí se permite abandonar la zona por causas justificadas. Entre ellas, asistir a una citación judicial, renovar permisos administrativos, gestionar trámites bancarios o acudir al puesto de trabajo. Respecto a esta última excepción, los vecinos del área de Doctor Cirajas tienen dudas sobre su efectividad. «No entiendo que no podamos ir a tomar una cerveza, pero sí podamos salir para servirlas», comenta María Díaz sobre la situación en la que se encuentra su hija Sara, camarera de profesión. «Esto no sirve para nada: o se confina a todo Madrid o hacerlo a medias no va a servir para nada más que generar frustraciones y malestar», apunta Esther, una vecina licenciada en Farmacia que actualmente se encuentra en paro. «Aquí no valen las medias tintas. O es blanco, o es negro». Mientras tanto, el distrito de Ciudad Lineal sigue teñido este sábado de un gris con sabor realmente amargo.

«Una ruina muy grande»

Para Juan Artero, propietario del bar Paloma II, las nuevas medidas son «desoladoras». Después de varios meses en los que el estado de alarma mermó la actividad de su negocio, uno de los establecimientos con más solera del barrio de La Elipa, no puede predecir cómo será su futuro próximo. «Ayer por la noche, nada más conocerse la noticia de las restricciones, me cancelaron una mesa de 10 personas», comenta el dueño de la conocida como «Casa del pulpo». Según estima, las previsiones no son esperanzadoras. «Esta misma mañana ha venido otro cliente para anular una reserva de 6 comensales que iban a comer arroz con bogavante», explica a ABC añadiendo que, además de la pérdida del ingreso correspondiente, también pierde el dinero invertido en la compra del producto.

Con más de 30 años al frente de su negocio, Juan Artero considera que solo va a poder seguir manteniendo a sus 9 trabajadores a través de créditos. «He necesitado tirar de los ahorros de toda una vida y solo me queda sobrevivir pidiendo créditos. Pero los créditos hay que pagarlos», lamenta al reconocer que la llegada del otoño tampoco favorecerá su situación puesto que con el frío las terrazas no se usan.

«Se está estigmatizando a los barrios pobres»

Leuris coloca la terraza del bar «La ruta 61» al otro lado de la calle. Es un camarero de 24 años que recibió «con resignación» la noticia comunicada por el Gobierno de Isabel Díaz Ayuso. «No nos queda otra que acatar lo que decidan los políticos, pero la gente que decide esto no conoce la vida en los barrios afectados», opina. A su juicio, las medidas «no solucionan nada mientras que sigan pudiendo usarse medios de transporte colectivos como el metro o el autobús». Él, sin ir más lejos, todos los días se desplaza desde su residencia en el barrio de Cuatro Caminos hasta La Elipa. «La zona básica de salud no es un área lógica para determinar las restricciones», dice al no entender que «en una acera se pueda hacer de todo y en la de enfrente no». Leuris define la situación como «un estigma» hacia los barrios pobres en los que, reconoce, todos los días se ven conductas inapropiadas entre la población aunque «la mayoría de la gente cumple con las normas».

ESTO ES LO QUE HAY Y POR LARGO TIEMPO

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