El Rey, solo ante el separatismo
Sánchez ha conseguido lo que nunca lograron los violentos ni los políticos hostiles: que Don Felipe no fuera a Cataluña.
Hace diez años, el Rey podía pasear tranquilamente por las calles de Gerona. ABC fue testigo de uno de esos paseos el 11 de diciembre de 2009, cuando recorrió el casco histórico de la ciudad. Don Felipe tenía previsto asistir a una reunión del patronato de la recién creada Fundación Príncipe de Girona y, como llegó con mucha antelación, salió a dar una vuelta y hacer unas compras.
Le acompañaban sus colaboradores más cercanos (Jaime Alfonsín, José Corona y Jordi Gutiérrez) y la discreta escolta habitual. La gente le reconoció, varios ciudadanos se acercaron a saludarle y el paseo transcurrió con normalidad.
Los separatistas aún no habían destrozado la convivencia en Cataluña. Unos pocos solían protestar, año tras año, en las puertas del Auditorio de Gerona, donde se celebraban los actos. Y el entonces Príncipe les enviaba un mensaje a través de su jefe de Protocolo, Alfredo Martínez, que se acercaba a los manifestantes, identificaba a sus cabecillas y les decía: «Vengo a transmitirles un mensaje de Su Alteza Real el Príncipe de Girona. Les invita a pasar al interior del Auditorio para que conozcan la labor que realiza la Fundación que preside». El gesto desconcertaba a los separatistas, que siempre se negaron a pasar al edificio, donde un Carles Puigdemont mucho más moderado que el actual, alcalde entonces de Gerona, ejercía como anfitrión del Príncipe.
Todo era una farsa
El último acto amable del Rey con las autoridades catalanas se vivió el 25 de julio de 2017. Ese día se celebró el aniversario de Barcelona 92, y Puigdemont, convertido en presidente de la Generalitat, y Ada Colau, alcaldesa de la ciudad, posaron sonrientes junto a Don Felipe. Pero todo era una farsa.
En aquel momento, Puigdemont pensaba que la próxima vez que el Rey fuera a Barcelona, Cataluña sería una república independiente. Justo al día siguiente, los separatistas modificaron el reglamento del Parlamento para aprobar las llamadas «leyes de desconexión» y pusieron en marcha su golpe separatista. Daba igual que la Justicia frenara sus planes, porque la Generalitat se había instalado en la desobediencia.
Sin embargo, aquel verano ocurrió un hecho inesperado que llevó de nuevo a los Reyes a Cataluña: los atentados de Barcelona y Cambrils. Don Felipe y Doña Letizia suspendieron sus vacaciones, visitaron a los heridos en los hospitales y rindieron homenaje a los muertos. La Generalitat intentó contrarrestar los gestos de los Reyes y acusó a la Casa del Rey de haber violado la intimidad de los menores que aparecían en las fotos de la visita a los hospitales. Pero La Zarzuela tenía permiso para hacerlo: del hospital, de los heridos y de los padres.
Rodeado de radicales
La hostilidad estalló el día de la manifestación contra el terrorismo, que acabó convertida en una peligrosa encerrona contra el Rey. Rodeado por miles de radicales que le abucheaban, Don Felipe tragó saliva y aguantó el tipo mientras se vivían momentos de enorme tensión. Soraya Sáenz de Santamaría se desvaneció y Susana Díaz rompió a llorar.
Llegó septiembre y los separatistas continuaron con su ofensiva, mientras el Gobierno de Mariano Rajoy miraba para otro lado, los partidos llamados constitucionales (PP, PSOE y Cs) seguían enzarzados entre ellos y en el resto de España se clamaba por una intervención del Rey. Igual que ahora, a las autoridades les daba más miedo hacer cumplir la ley que a los separatistas vulnerarla.
Cuarenta y ocho horas después del referéndum, Rajoy acudió a ver al Rey, y Don Felipe le estaba esperando con el mensaje que quería dirigir esa misma noche a la la nación. Tras leerlo detenidamente, el presidente del Gobierno asintió. No le cambió una coma y solo le preguntó si iba a leer alguna parte en catalán, pero el Rey prefirió hacerlo en castellano porque aquellas palabras iban dirigidas «a todo el pueblo español». En seis minutos, Don Felipe acabó con la ensoñación separatista y la sensación de vacío de poder. Sus palabras devolvieron la confianza a la mayoría de los españoles, pero el Rey se erigió en aquel momento en el objetivo de los separatistas.
El silencio manso
Llegó junio de 2018, y Sánchez consiguió relevar a Rajoy con el apoyo de los populistas e independentistas. Por primera vez, la Monarquía Parlamentaria iba a convivir con un Gobierno que dependía del voto de quienes querían demoler el sistema. Desde entonces, se han disparado los ataques al Rey -incluso, de miembros del Gobierno-, ante el silencio manso del presidente del Gobierno, que se ha negado una y otra vez a censurar a sus socios.
Solo ha habido unos pocos momentos de paz en las visitas del Rey a Cataluña, lo que demuestra hasta qué punto son los políticos los que avivan o abortan las protestas. En Tarragona, en junio de 2018, fue recibido con una impresionante ovación y «vivas» ante la sorpresa de un incómodo Quim Torra, y en agosto de ese año, en el homenaje a las víctimas del atentado.
En cambio, ha habido muchos momentos de boicot y hostigamiento. Entre los más extremos, la última celebración en Gerona de los premios Princesa de Girona o la primera visita oficial de la Heredera de la Corona a Cataluña. El último gesto de hostilidad fue la carta que Torra envió al Rey pidiéndole que no visitara Cataluña, dentro de la gira del verano, con la excusa de las restricciones del Covid.
Ni los desaires del presidente de la Generalitat, ni las amenazas de los radicales ni la violencia en las calles habían conseguido evitar jamás la presencia del Rey en este territorio español. Sin embargo, ha sido Pedro Sánchez quien ha prohibido al Rey viajar a Barcelona en una decisión sin precedentes. Por primera vez en la democracia, el presidente del Gobierno ha mercadeado con la Corona para mantenerse en el poder.
EL REY TIENE QUE MOVERSE SI NO SE QUEDA SIN TRONO.
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