Ocho de los españoles repatriados de Wuhan, como Pedro Morilla, vuelven a China para reincorporarse a su club de fútbol tras una cuarentena de dos semanas.
Cuando la veintena de españoles que vivían en Wuhan fueron evacuados a principios de febrero por el coronavirus, ninguno podía imaginarse que la pesadilla iba a perseguirlos y finalmente atraparlos donde más seguros se sentían: en casa. Tras su cuarentena de dos semanas en el Hospital Militar Gómez Ulla de Madrid, la epidemia se desató en España con la misma virulencia o más que en su epicentro de China y los repatriados volvieron a sufrir la angustia y el confinamiento que creían haber dejado atrás.
Así, entre encierros domiciliarios y recuentos incesantes de muertos y contagiados, han pasado seis meses hasta que, por fin, han podido volver a China los primeros «españoles de Wuhan». En su mayoría son futbolistas y técnicos que trabajan en los dos equipos de la ciudad, el Zall y el Shangwen. Debido las dificultades burocráticas para validar sus visados y permisos de residencia, anulados cuando Pekín cerró las fronteras el 28 de marzo, de momento son solo ocho empleados del segundo club, entre ellos su director técnico, el sevillano Pedro Morilla.
«Aterrizamos el domingo y solo hemos podido regresar la mitad de los 16 trabajadores españoles del equipo, ya que algunos tienen que renovar su permiso de residencia y están esperando la carta de invitación, que a todo el mundo le está costando conseguir», cuenta Morilla por teléfono desde un hotel a las afueras de Shanghái. Tras un largo viaje desde Barcelona con transbordo de ocho horas en Fráncfort, no está haciendo escala antes de volar a Wuhan, sino la cuarentena de dos semanas obligatoria para todo aquel que llega a China.
Además de una prueba PCR en los tres días antes de viajar y otra al aterrizar, dicha cuarentena deben seguirla tanto los extranjeros como los chinos que regresan a su país, que han de abonar el hotel designado por las autoridades. «Cuando llegas a China, ves por qué han parado el coronavirus y España no: control máximo», señala Morilla, impresionado por las medidas de seguridad para los vuelos internacionales en el aeropuerto de Pudong.
Además de que en su avión ya venían pasajeros chinos pertrechados con monos especiales de protección, al aterrizar le esperaban una legión de operarios ataviados con tan fantasmagóricos trajes, que se han convertido en el uniforme de la pandemia de coronavirus. Una vez que les hicieron el test del ácido nucleico y registraron todos sus datos, los viajeros fueron trasladados en autobús a un hotel que está a algo más de una hora del aeropuerto, donde fueron confinados en habitaciones individuales.
Informando dos veces al día de su temperatura, allí deben pasar dos semanas para que, cuando lleguen a su destino, no haya posibilidad de que propaguen el maldito coronavirus. «Volvemos bien de ánimo porque esto es trabajo y es lo que toca. Lo peor es dejar en España a la familia, pero llevamos mucho tiempo en el fútbol y sabemos lo que es estar fuera de casa», se resigna Morilla, quien pasó el confinamiento en Granada antes de mudarse recientemente a su Sevilla natal.
Para él y sus demás compañeros, como Albert Aumatell y Antonio Sevillano, es difícil de creer que el país que abandonaron a la carrera hace siete meses haya cortado la epidemia y en el suyo, el nuestro, los contagios no dejen de aumentar. «Por lo que nos cuentan nuestros colegas de allí, en Wuhan se ha hecho un esfuerzo enorme y la sociedad china ha sido muy consciente de lo que estaba pasando. La vuelta a la normalidad ha sido progresiva, con muchos controles y parones por rebrotes, hasta que nuestro club ha retomado la actividad deportiva completamente y sin perder a nadie», cuenta con orgullo, pero también con pesar por España.
Cuando llegue a Wuhan, a Morilla le esperan en la escuela del Shangwen unos 800 alumnos de 12 a 18 años, entre los que hay un centenar que estudiaban en Barcelona y tuvieron que volver a China cuando la epidemia asoló España. Justo igual que los “españoles de Wuhan” en febrero, que huyeron de una ciudad fantasma de muerte y enfermedad y dentro dos semanas regresarán a sus entrenamientos sin mascarillas ni miedo al Covid-19.
Y es que, tras los últimos rebrotes en la ciudad costera de Dalian y en la región musulmana de Xinjiang, ya controlados, China lleva un mes sin informar de contagios locales de coronavirus. Desde hace 30 días, todos los casos detectados son importados del extranjero, en su mayoría chinos que vuelven a su país o expatriados que están empezando a regresar.
Con este mes sin casos de transmisión doméstica, China sigue avanzando hacia la normalidad mientras la pandemia repunta en Europa y América tras el fin de los confinamientos masivos. Aunque se puede dudar de las cifras oficiales que da el autoritario régimen de Pekín, que ocultó la epidemia al principio, lo que es innegable es la normalidad casi absoluta que ya se respira en este país. En Shanghái, que tiene más de 20 millones de habitantes, ya se ve a mucha gente sin mascarilla no solo por la calle, sino también dentro de las tiendas y centros comerciales. En los cines de mayor tamaño, como los que proyectan la película «Tenet» en pantalla Imax, ya se ha levantado la prohibición de beber y comer palomitas que todavía impera en salas más pequeñas y las parejas pueden sentarse juntas sin butaca de separación en medio.
Incluso Wuhan, donde estalló el coronavirus en enero, luce una asombrosa normalidad, como pudo comprobar este corresponsal en agosto. Nueve meses después, el epicentro de la pandemia canta victoria sobre la enfermedad Covid-19 justo cuando la segunda oleada empieza a golpear a buena parte del mundo antes del otoño, en el que se prevén nuevos repuntes al mezclarse con la gripe.
Con la vista y el corazón puestos en su hogar, Pedro Morilla y los otros «españoles de Wuhan» vuelven a su casa en China confiando en dejar atrás el coronavirus… una vez más.
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