Una mujer se despide de un familiar muerto en el accidente.
“Me cogió de la mano y me decía: ‘no me dejes”
Los supervivientes rememoran en el funeral la tragedia que causó 14 muertos en Cieza.
A Catalina Sánchez le faltaban apenas 50 minutos para llegar a casa. A sus 59 años, esta madre de tres hijos —dos chicos y una chica—, falleció en la noche del sábado en ese terraplén de la Venta del Olivo (Cieza, Murcia) donde también se dejaron la vida otras 13 personas. “Era una mujer buenísima”, relata su consuegra, conmocionada, aguantando las lágrimas apenas un par de horas antes de que comience el funeral en el pabellón Juan Varela. Allí rememora a Cati, “como la llamábamos”, y la describe como una mujer comprometida, ama de casa, natural del pueblo, que “se volcaba muchísimo” con la parroquia. Participaba en mercadillos recaudando fondos para la iglesia. Y ya había viajado otros años a Madrid para sumarse a los actos de devoción en honor de la santa Madre Maravillas, una monja que pasaba los veranos en esta pequeña localidad murciana, de apenas 12.200 habitantes.
Los nombres y edades de esos vecinos aún cuelgan de la pared del polideportivo donde se celebró la misa de despedida. Tres folios, pegados con celo en la pared, recuerdan a los evacuados a los hospitales de los alrededores: a Encarnación García, de 51 años, la llevaron a Hellín; a Isabel Gil, 48, a Caravaca; a Carmen María Jiménez, 22, a Cieza. Son los supervivientes de una “trágica historia”, en boca del obispo de Cartagena, que se ha cobrado la vida de algunos de sus compañeros de viaje: paisanos como el matrimonio de Enrique Huéscar, de unos 62 años, y Ana María Martínez, de 60; María Gregoria Tamboleo, de 53 años, o Encarnación Martínez Melgar, trabajadoras de la conservera frutera de la que viven muchos en la zona; o la del propio sacerdote Miguel Conesa, de 36 años, quien apenas llevaba dos meses como párroco del pueblo.
En una localidad donde es fácil encontrar Encarnaciones, Marías, Resurrecciones, Asunciones y más nombres con trasfondo religioso, la iglesia amaneció el domingo desolada. El vicario de Caravaca ocupó el lugar de Conesa, “sin saber muy bien qué decirnos esa mañana”, lamentaba Ana María Martínez, feligresa de misa diaria. “El párroco será difícil de suplir, era una persona humilde, que hablaba desde lo personal”, narraba Josefa Salud, emocionada, mientras veía salir un féretro tras otro de la capilla ardiente improvisada en el pabellón deportivo.
Los peregrinos accidentados
eran devotos de la santa Maravillas
“A mí también se me ha muerto un hijo y a los sacerdotes un hermano”, llegó a decir José Manuel Lorca, obispo de Cartagena, de quien entró en el seminario de su diócesis con solo 19 años. Lorca contó durante la ceremonia de despedida que envió a Conesa a Bullas porque “sabía que sintonizaría”. Ya lo había hecho en sus destinos previos. No era un cualquiera, a entender de sus fieles. Cuando llegó destinado a Bullas, pueblo del noroeste murciano, le acompañaron dos autobuses y numerosos coches desde Cartagena para celebrar una merienda con los nuevos parroquianos. No era un cualquiera, a entender de sus fieles “Caminaba por la calle presentándose a todo el mundo que encontraba sin conocerles, era una persona entregada”, dice uno de los vecinos.
La desorientación en el templo era evidente, aquellos que no viajaron estaban “devastados”. Francisco García, que en dos ocasiones hizo la peregrinación a Madrid, se preguntaba si volvería a repetirse el viaje en los próximos años. “Esto tardará en olvidarse”, decía un hombre que lleva toda su vida en este pueblo, donde la gente todavía se llama con el mote de los abuelos. Todos los peregrinos que marchaban a adorar a la santa respondían a un mismo perfil: personas muy devotas, cercanas a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario. Todos se conocían en mayor o menor medida, Bullas es un pueblo donde nadie se salta el hola y adiós.
Ana María Álvarez, conocida como “La Ranchera”, lloraba pese a haber resultado ilesa. Salió por su propio pie del accidente. Muchos de los que allí estaban eran clientes de su tienda de comestibles. Iba en el asiento 17 y se quedó colgando boca bajo gracias a que llevaba el cinturón. “A mí lado estaba Rosario colgando del asiento sin poder soltarse el cinturón”, recuerda esta mujer de 72 años. “No sé ni cómo pude llamar a Emergencias. Sostuve hasta goteros, los conocía a todos”, decía con un discurso que mezclaba la alegría de haber sobrevivido con la tristeza del recuerdo.
A muchos les costará olvidar: Juana María Corbalán, concejal de Tercera Edad en Bullas, sobrevivió junto a su hija de 13 años tras deslizarse con dos costillas rotas por los bajos del autobús volcado. “Me cogió la mano Rosario Díaz y me decía ‘no me dejes sola, dónde está mi hija, dónde está mi hija”, relataba en su casa. Inmaculada García Díaz, la hija, no sobrevivió. Con sus 34 años fue la víctima mortal más joven.
El pueblo cree que será difícil sustituir al párroco fallecido, Miguel Conesa
Los rezos de los habitantes de Bullas estarán con los fallecidos, pero también con los que todavía se encuentran en los hospitales. De los 47 evacuados a los distintos hospitales, quedan 23 hospitalizados. Una quincena de ellos tiene pronósticos de diversa consideración, aunque 11 de ellos evolucionan favorablemente. Conforme vayan mejorando irán siendo derivados al hospital de Caravaca.
Preocupan clínicamente ocho de los ingresados que todavía continúan graves (el domingo eran 11), de los cuales cuatro permanecen en la Unidad de Cuidados Intensivos. El estado de estas personas mantiene en vilo a los vecinos.
DESCANSEN EN PAZ
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