Reforma constitucional.
EDITADO por José Varela Ortega, presidente de la Fundación Ortega-Marañón, y dirigido por Joaquín Vila, el diario digital El Imparcial, fundado por quien firma estas líneas, entra hoy en su séptimo año de existencia. La histórica cabecera apareció por primera vez en 1867 y entre sus directores figura José Ortega Munilla, de la Real Academia Española, padre de Ortega y Gasset, y presidente, si bien de forma interina, de la Asociación de la Prensa.
En el primer número de El Imparcial electrónico, el 21 de enero del año 2008, publiqué yo un artículo titulado Reforma constitucional que, sin modificar ni una coma, reproduzco a continuación:
«Ortega y Gasset, en el debate parlamentario que mantuvo con Manuel Azaña, le advirtió de la voracidad insaciable de los partidos nacionalistas. Nada nuevo bajo el sol. Si no se cierra definitivamente el Estado de las Autonomías, la fractura de la unidad de España se hará inevitable. Los nuevos Estatutos, sobre todo en determinadas regiones, no son más que peldaños en la escalera de las independencias. No se trata de especulaciones periodísticas. Los protagonistas de las reformas estatutarias, desde el centro derecha de Mas al radicalismo de Carod, lo han proclamado de forma explícita.
Sólo existe una vía razonable para cerrar el Estado de las Autonomías: la reforma de la Constitución de 1978. El consenso de los dos grandes partidos de centro derecha y centro izquierda, más del 80% de la vida nacional, establecería el punto final de las transferencias y la recuperación para el Gobierno de la nación de algún sector como la educación, clave para la cohesión general. La reforma constitucional supone la consulta popular, el referéndum en el que todos los españoles manifestarían su voluntad de cerrar el Estado de las Autonomías, clausurando la posibilidad de nuevas concesiones y transferencias».
Hasta aquí lo que escribí hace seis años, si bien desde el 2005 había publicado yo reiterados artículos planteando la necesidad de la reforma constitucional. Ahora las cosas están claras para una buena parte de los analistas de la situación española: o se hace ordenadamente una reforma constitucional desde dentro del sistema o nos la harán revolucionariamente desde fuera. Las nuevas generaciones permanecen indiferentes al 70% ante la gran operación política a la que llamamos Transición. Al 30% están indignadas; al 100%, asqueadas. No se trata solo de los órdagos secesionistas de algunas regiones. La reforma constitucional viene exigida, sobre todo, por una realidad social más profunda y acongojante.
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