AQUÍ YA HA LLEGADO.
La evolución nacida de la casualidad que se enseña en las escuelas y universidades está involucionando hacia la bestialidad. Leo en la prensa: “Cuatro millones de españolas han sufrido violencia machista en el último año”, y añade que el porcentaje sube hasta 11,6 millones, si se tiene en cuenta la violencia física o sexual a lo largo de su vida. ¿No nos revientan los hígados al saber del degüello de una criatura de cuatro años? ¿Cuántos niños mueren asesinados por sus progenitores, ya que no podemos llamarlos padres ni madres?
¿Es posible que enmascarados, aislados e inhabilitados en nuestro yo, estemos desdeñando la peste inmoral? Otras civilizaciones han caído en tiempos pasados. Ninguna de ellas cayó debido a una guerra nuclear. Y a menudo su sistema económico todavía funcionaba adecuadamente cuando se vinieron abajo. ¿A qué se debió su caída? En muchos casos los historiadores la atribuyen al derrumbe de las normas morales, a la corrupción interna de la civilización. En esta de ahora, por no decir la nuestra, un factor que hace difícil distinguir lo aceptable de lo inmundo, es el que la conducta inmoral del mundo se hace popular y hasta atrayente. Escenas que hoy aparecen en la televisión habrían escandalizado a las generaciones de hace solo unas décadas, pero ahora se tragan con facilidad o se disfrutan, no hace falta mascarilla.
Sí, hay que protegerse, ¿pero solo de lo que nos afecte a la salud o al bolsillo? Ya veremos cómo acaba todo esto; de momento, cuando observamos esa misma actitud en los líderes mundiales o nacionales, ya nos podemos preparar para asumir que podemos quedarnos sin vivienda porque un joven que podría seguir viviendo con sus padres se adueña de ella, o que el que decía que te amaba, te espera esta noche con el cuchillo. ¿Qué esperanza le queda al inadaptado a este sistema?: “Vengo pronto, y traigo conmigo la recompensa que voy a dar, para pagarle a cada uno según sus hechos” (Apocalipsis 22:12).
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