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sábado, 27 de junio de 2020

EL DETERIORO DE LA SANIDAD PÚBLICA PRIMARIA.

ES UNA REALIDAD.
Resulta paradójico que una de las consecuencias de la pandemia por coronavirus haya sido el cierre de los centros de salud y, consecuentemente, la paralización de la asistencia primaria. El que, en mitad de una alerta sanitaria, a los ciudadanos se nos prive precisamente del derecho a la asistencia sanitaria resulta un misterio que ni el de la Santísima Trinidad. Al menos yo aún no encontré ninguna explicación de ningún responsable del ramo.
Se nos dice desde hace tiempo que los ciudadanos abusamos de los servicios de salud, en primaria, en urgencias, etc., y que muchísimas consultas podrían resolverse vía telefónica o por correo electrónico. Quizá, no lo niego, aunque a mí esas noticias me suenan a preparación de inciertos y oscuros cambios en la sanidad pública, que alguien debería explicar abiertamente y con valentía. Y también me suenan a despersonalización y deshumanización de la sanidad. Al nivel que hablamos, es decir, la asistencia primaria (el médico de familia de toda la vida), nada puede sustituir a la relación directa médico-paciente. Por conocimiento personal, por capacidad de expresión y transmisión de la información en ambos sentidos, nada hay tan efectivo como tener delante (aunque sea a dos metros y con las garantías que sean necesarias) a la persona.
Por otro lado, las autoridades sanitarias deberían haber estado mucho más finas a la hora de trasladar y explicar esta situación a la población. Y no ha sido así. Lo que nos encontramos es un muro con la palabra NO por delante. Conozco muchos, bastantes casos, de personas cercanas que, cuando por fin lograban contactar con el centro de salud (lo que en sí ya era una odisea), han vivido larguísimas y kafkianas peripecias en las que debían ir superando una barrera tras otra, con las consiguientes y repetitivas explicaciones de lo mismo, hasta llegar al mismo no del principio. ¿Consecuencia en varios casos? Que después de sufrir determinadas afecciones durante varios días acabaron con sus huesos en las UCIs hospitalarias. Es decir, que después de vaciar unos servicios especialmente golpeados en estos meses, los volvemos a llenar con casos que nunca debieron pasar del centro de salud correspondiente.
Y aunque no se puede generalizar, y menos tratándose del personal sanitario al cual admiro y respeto profundamente, se dieron situaciones que no se deberían dar nunca, como que alguien (que, evidentemente, no acudía allí por placer) se encontrara en la puerta con un áspero "¿y usté, a qué viene aquí?". Entiendo que los nervios por la pandemia afecten especialmente a este personal, pero también se debe entender que la persona enferma se encuentre especialmente estresada ante la suma de sucesivos factores: su propio mal, la situación social que le rodea, el encontrarse con que nadie le atiende con normalidad...
Y para rematar la faena, hace tiempo que estamos leyendo y oyendo noticias en el sentido de que se va a priorizar la apertura de los centros de salud de las zonas turísticas, lo que suena a tomadura de pelo y broma de mal gusto para el resto.
Entiendo que la situación vivida haya desbordado a los distintos gobiernos y responsables del ámbito sanitario, pero no entiendo en absoluto que se haya dejado a la población en la más absoluta indefensión en el escalón más básico de la asistencia sanitaria.

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