Socialdemocracia de diseño.
El «Gobierno bonito» de Sánchez alberga un instinto político de sesgo muy marcado. Para quedarse no dos, sino seis años.
Más allá de ciertas frases estrambóticas de Carmen Calvo, que la perseguirán toda su vida por culpa de su locuacidad irremediable, ni siquiera la mala leche de guardia en las ciberredes ha logrado sacar punta cáustica al Gabinete que ha formado Pedro Sánchez. Un grupo de gente razonable y sensata, con bastante experiencia política e institucional y en general provista de currículos impecables. Una alineación de socialdemócratas de manual con un fuerte acento de feminismo militante, el toque ideológico que la izquierda contemporánea utiliza para distinguirse tras la asunción por la derecha de muchos de sus postulados sociales. Y sin esa clase de coqueterías mediáticas -astronauta aparte- o pinceladas extravagantes con que Zapatero gustaba de significarse. Un equipo business friendly, diseñado para transmitir un mensaje tranquilizador a los mercados, a la alta empresa y a Bruselas, sin aristas susceptibles en apariencia de inquietar a nadie. El «Gobierno bonito» (copyright Colmenarejo) con el que el PSOE ha vuelto al poder… para quedarse.
Y no para quedarse unos meses, sino seis años. Seis, no uno ni dos, porque Sánchez traza un horizonte a plazo largo. Aspira a ganar las elecciones y puede lograrlo ante un PP en estado de shock tras su desalojo y ante el desconcierto de Cs, al que la moción de censura ha trastocado el paso. Bajo su traza apaciguadora, este Gobierno alberga un perfil político de sesgo muy marcado y la determinación suficiente para conducir a la oposición al colapso. El arrinconamiento del centro-derecha es el pegamento de la coalición negativa sobre la que se ha proyectado, el elemento que dará cohesión parlamentaria a su minoría de 85 escaños. Habrá políticas derogatorias, mucha memoria histórica, fuerte inflexión en la igualdad de género y un claro énfasis laico. Si logra bajar los decibelios del conflicto catalán desactivará el principal argumento de Ciudadanos. A ese respecto el reparto de papeles está muy pensado: el federalismo de Carmen Calvo, la mano tendida de Meritxell Batet y la firmeza jacobina de Borrell para vender en Europa su sentido de Estado. Además, la influencia de Garzón -la longa manus de la sentencia Gürtel- en Justicia sugiere la intención de mantener al posmarianismo acorralado, pendiente de los efluvios de una corrupción que aún ha de supurar en diversos sumarios.
La partida va en serio. El sanchismo ha accedido al poder por una puerta falsa pero aspira a instalarse en él bastante tiempo. No será fácil removerlo: flota a favor de la corriente sociológica dominante -la autodefinición de centro izquierda mayoritaria en los sondeos-, tiene instinto resuelto, maneja bien la comunicación y habla un lenguaje moderno. Un Ejecutivo de diseño que hereda del denostado Rajoy una economía en patente crecimiento. Aunque, por descontado, en cuanto pueda subirá indefectiblemente los impuestos.
A GRANDES ESPECTATIVAS MAYORES CAIDAS.
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