Foto: José Ángel Miyares Valle
Ilusos e iluso
Ilusos son los que creen que con nuevas concesiones a esas minorías enemigas van a comprar sosiego a España.
Cuando una agresión al Estado es tan brutal como la que desplegó el separatismo el miércoles, el Gobierno de la nación ha de volcarse en una defensa sin fisuras de la legalidad y sus servidores para dar una respuesta contundente al agresor. Eso pasa en otros países. En España aún no habían aparecido las armas que les arrebataron a la Guardia Civil y había una nueva movilización de los enemigos de democracia y libertad en Cataluña, cuando el ministro Luis de Guindos ya estaba dando la razón a los agresores en la prensa internacional. ¡Como para tenerlo de compañero en las Termópilas! Así volvían a la triste realidad del estado claudicante quienes habían sentido por primera vez en años, más bien décadas, alivio y orgullo. Alivio, orgullo y emoción al ver a España, a un gran Estado Nación, potencia media del primer mundo con larga y en gran parte gloriosa historia, manifestarse por primera vez como debe, con claridad y decisión, para reimplantar el imperio de la ley en una parte de su territorio que hace años dejó a merced de los peores apetitos.
Millones de españoles en Cataluña y fuera de allí creyeron, muchos lo seguirán creyendo pese a Guindos, que por fin España va a poner orden y restablecer las libertades y los derechos de todos los españoles en todo su territorio. Existe la ilusión y la esperanza de que el desafío del golpe de Estado y esta abierta sedición sea el hito histórico que anuncia un fin de época. Que se ha cruzado el último límite que debían violar la deslealtad y la agresión hispanófoba. El que marca el principio del fin de la grotesca deriva de degradación y segregación provocada por errores y delitos impunes acumulados durante 35 años. Ilusos llamarán algunos a quienes creen que hay una oportunidad real de hacer frente a esos nacionalismos cuya catadura totalitaria ya nadie debiera poner en duda. Que consideran una necesidad moral, política y existencial el liberar de la coacción, la mentira y el miedo a los compatriotas que callan desde hace décadas porque el resto de España y especialmente sus gobiernos los dejaron a los pies de los caballos, en manos de minorías resueltas, agresivas e implacables.
Está demostrado de forma palmaria que los nacionalismos son insaciables, que toda concesión que se les haga solo alimenta las siguientes. Se impone concluir que hay que hacerles frente para deslegitimarlo y derrotarlo en las urnas. Hay que concienciar a todos los españoles, por lejos que estén de regiones con separatismo, de que el verdadero fin de los nacionalismos es destruir garantías y defensas de nuestras libertades comunes. Para dinamitar la Nación en mil pedazos que sean fácil presa de ambiciones propias y de otros aliados totalitarios. Como los comunistas de Podemos y sus terminales, cómplices y aliados naturales de todos los demás enemigos del Estado. Si España se rompiera, todos los españoles correrían similar suerte en estados-taifa fanatizados por mentiras históricas y pronto enfrentados por los apetitos territoriales e ideológicos de caudillos sin escrúpulos como ya se perfilan en Puigdemont, Junqueras, Gabriel u Otegui, Iglesias y demás triunfadores en la selección negativa del radicalismo. Algunos llaman ilusos a los que creen que se puede reconducir a España hacia una nueva cohesión bajo el imperio de la ley que no otorgue privilegios ni regalías a las minorías de enemigos fanatizados de la Nación. Ilusos son los que creen que con nuevas concesiones a esas minorías enemigas van a comprar sosiego a España. Aunque quizás ni lo crean. Y solo quieran ganar tiempo para sí mismos. Entonces serían ellos, los falsos defensores, los peores enemigos.
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