El presidente de EE UU, Donald Trump
Directo hacia atrás.
Las primeras medidas de Trump confirman un proteccionismo empobrecedor.
Antes de tomar posesión, Donald Trump amenazó a las compañías automovilísticas norteamericanas para que cancelaran sus inversiones en México. Y en su primer día en la Casa Blanca decretó la retirada de su país del acuerdo comercial transpacífico TPP que Obama negoció y firmó con otros once países de aquella cuenca.
Esta rápida cadencia solo la ha igualado el principio de desguace del programa sanitario que acercaba a ese país a la atención universal, el Obamacare, que incorporó a 20 millones de marginados al sistema de salud. La contundencia demuestra que las promesas del presidente serán muchas, trémulas, contradictorias y cambiantes, sí; pero también que al menos una de ellas iba en serio: el retorno al proteccionismo más estricto.
No es solo doctrinario. También contraproducente, por cuanto el alto crecimiento de la economía, superior al 2% del PIB, y la consiguiente reducción por Obama del desempleo a niveles casi residuales, señalan la necesidad de un crecimiento sostenido apoyado en las políticas fiscales que los republicanos impidieron a su antecesor. Pero no de nuevas burbujas, ni de rupturas con la tradición librecambista de la potencia hegemónica que labró a su beneficio el mundo de posguerra. Al contrario. Exagerar las políticas de gasto y enloquecer en el cierre de fronteras aplanará el comercio y el crecimiento mundial, como tantos economistas y empresarios han enfatizado en el foro de Davos.
No son especulaciones: experiencias que siguieron ese manual, como las de los años treinta, acabaron en catástrofe. Entonces, la dinámica de avivar la baja competitividad nacional (y perpetuar los empleos obsoletos mantenidos con aranceles perjudiciales para los vecinos) demostró que se sabe cuándo y cómo empiezan las guerras comerciales, pero no cuándo siguen y acaban: enfrentando autoritarismos, empobreciendo sociedades.
El orden liberal-democrático existente desde 1945, aupado por la tercera ola globalizadora de los ochenta (la primera fue la revolución industrial de fin del siglo XIX; la segunda, el programa cosmopolita de entreguerras) es positivo y mejorable. Generó envidiables redes de cadenas de valor industrial, las más impresionantes reducciones de la pobreza mundial y las mejoras más destacadas de bienestar de la historia: quien lo niegue, que lo demuestre.
Pero al tiempo es perfectible, por incompleto y desigual: a la libre circulación de la riqueza no le acompañó en la misma medida la de los trabajadores, ni la armonización global de la fiscalidad. Y además, se le añade ahora el último reto para la civilización manufacturera, la extrema robotización y el hipercontrol tecnológico de los servicios.
Si Occidente, con EE UU al frente, se autoexcluye del timón liberal mundial, otros como China se aprestan a reemplazarlo, como su presidente ha querido propagar desde Davos. Pero esa globalización, sin derechos humanos ni instituciones internacionales, no representa una alternativa viable a la que conocemos. La miopía de Trump conduce a un orden en el que perderemos todos, EEUU incluido
EL MUNDO EN DOS AÑOS CAMBIARÁ MUCHO Y EUROPA O SE CONSOLIDA O DESAPARECE,TODO ES DEBIDO A LA DESILGUALDAD SOCIAL ENTRE POBRES Y RICOS, LA DESAPARICIÓN DE LA CLASE MEDIA POR LA GLOBALIZACIÓN.
No hay comentarios:
Publicar un comentario