El balance definitivo de los 47 años de castrismo tendrá que hacerlo la historia.
Más que último, habría que decir postrero, pues Kim Jong-un o Nicolás Maduro son más caricaturas de revolucionarios que otra cosa. Fidel, en cambio, lo fue hasta su último día, aunque sólo teóricamente, pues el mundo ha tomado una deriva muy distinta a la que él soñó al bajar de Sierra Maestra para tomar una Habana que se le rendía el 1 de enero de 1960. Ha sido un hombre con suerte. Sobrevivió a no sé cuántos presidentes norteamericanos, algunos de los cuales intentaron matarle, pero tuvo que pagarlo caro, ya que la suerte cobra siempre altos intereses. Quería hacer de su país un «paraíso de los trabajadores» colorido y alegre, distinto al gris y hosco estalinista. Pero tuvo que conformarse con resistir las embestidas y conservar su régimen en las más precarias condiciones. Se independizó, sí, de los Estados Unidos, pero fue a costa de convertirse en satélite de otra superpotencia aún más despótica, librando por ella batallas en los países más lejanos y si bien La Habana dejó de ser la meca sexual de los norteamericanos, terminó siéndolo de los europeos, los españoles a la cabeza. Tuvo, sin embargo, la satisfacción de ver cómo un presidente USA llegaba a su isla con la rama de olivo, pero esa suerte de la que hablaba le ha ahorrado ver cómo su sucesor vuela esos puentes.
El balance definitivo de los 47 años de castrismo tendrá que hacerlo la historia. Sin duda hay en él elementos positivos, la educación en primer lugar. En cuotas de alfabetización, número de graduados escolares y universitarios, Cuba supera con mucho al resto de los países iberoamericanos. El problema es que los licenciados no encuentran luego salida en un mercado férreamente estatalizado, por lo que el castrismo ha tenido que «alquilar» a países vecinos sus médicos y técnicos a cambio de ayuda material, como antes cedió sus tropas al imperialismo soviético en el Tercer Mundo.
La isla se quedó pronto pequeña para los revolucionarios de Sierra Maestra y el primero en salir fue el Che, en su aventura andina que terminó en Bolivia. Fidel la continuó con «la revolución sin fronteras», que cuajó en Nicaragua con los sandinistas, pero fue encapsulada antes de extenderse, aunque los brotes revolucionarios continuaron en otros partes, apoyados por las reivindicaciones indígenas y el narcotráfico. Pero el colapso de la Unión Soviética y una China más interesada en el comercio que en el comunismo pusieron fin al sueño de Fidel. Fue cuando Raúl tomó el mando.
El balance provisional del castrismo arroja algo que ya sabíamos: el comunismo sirve para derribar un régimen caduco, pero luego es incapaz de crear una sociedad moderna, progresiva y libre. Si comparamos el avance de los países escandinavos, con su imperfecta democracia, y Rusia, con su marxismo-leninismo, la diferencia es total. Se me dirá que la democracia está cuestionada en Europa. Pero el comunismo está como la momia de Lenin.
Adiós, Fidel, con tus sueños y realidades.
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