Foto J. A. Miyares Valle "ALEGRIA"
Referéndums así, ninguno.
En las consultas de Holanda, Hungría, Reino Unido y Colombia ganó la demagogia y el rencor: fueron un desastre democrático.
Tras la cuestión de confianza, el debate de política general y la oferta del president Carles Puigdemont en Madrid, el procésvuelve a la pantalla, digo casilla, de salida: el referéndum.
Bravo por el sensato quiebro de la estrategia indepe. Incluye la (implícita) anulación de la fallida consulta del 9-N de 2014, por inválida y escasa. Y supone el (implícito) reconocimiento de que el secesionismo no es mayoritario. Ostenta solo una (amplia) minoría. Por eso necesita ampliar su base.
Contradice así, de facto, la resolución 1/XI del 9-N de 2015. Era engañosa, al proclamar que una “amplia mayoría en votos” apoya una salida equivalente a la independencia, “un proceso constituyente no subordinado”. A ver si la portavoz sin ideas deja de enredar y explicita todo lo implícito.
Cambian así la hoja de ruta y el escenario. Si además, (otro bravo), Puigdemont se muestra dispuesto a negociarlo casi todo, es que se puede y debe negociar todo. También si la votación debe ser un referéndum, de carácter binario y sobre la secesión, en vez de, por ejemplo, una enmienda a la Constitución, su reforma, o un nuevo pacto estatutario. Pues, dispuestos y puestos a negociar ¿por qué hacerlo con las cartas marcadas? ¿o bajo amenaza de una consulta unilateral e ilegal?
Es lástima que la nueva-vieja idea referendaria no se haya acompañado de una reflexión sobre lo que sucede en el mundo. Sobre el ilustrativo abanico de referendos del último semestre: Holanda (6/4); Reino Unido (23/6); Colombia y Hungría, 2/10), para no repetir el desastre democrático que han supuesto.
Desastre por tres razones:
1) La ridícula representatividad de esta forma de democracia directa frente a la pretensión de que fragua contundentes mayorías sociales. En ningún caso los vencedores llegaron al 40% del censo: 19,8% en Holanda; 30% en Colombia; 32% en Hungría; 37% en Reino Unido. En este último, donde hubo más participación (72%), los partidarios del Brexit alcanzaron el 51,9% del voto. Con el requisito aplicado ¡hasta a Montenegro! —cuota mínima del 55%—, Reino Unido seguiría en la UE.
El democratismo del referéndum se reveló más bien un autocratismo de la minoría o el diktat de una mayoría insuficiente. Además, el régimen jurídico aplicable al resultado es falaz. Aunque se convoque como “consultivo”, acaba rigiendo como vinculante. Con desfachatez, el húngaro Víktor Orban elevó la derrota de su xenofobia a victoria. Con cinismo la británica Theresa May se niega a someter al Parlamento el formato de su notificación de desenganche de Europa según el artículo 50 del Tratado.
Y además, el clima de excepcionalidad política arrasó. El resultado se lee como irreversible, frente a la democracia representativa, que permite, precisamente, corregir errores y modificar rumbos.
2) Esas convocatorias aclararon poco, porque imperó la confusión. O la demagogia y el reparto de información falsa: las mentiras del UKIP, o el extremado sentimentalismo (xenófobo en Holanda, Hungría y Reino Unido; vindicativo contra la generosidad democrática en Colombia).
De modo que cumplieron la regla de que el resultado no respondió a la pregunta, sino a un estado pasional de indignación: carga con el sambenito quien haya sido culpabilizado con más saña (Europa, los inmigrantes). Tan virtual es el mecanismo que la población más perjudicada por el asunto a refrendar responde con mayor altura. Los trabajadores británicos en las zonas de inmigración votaron UE; los colombianos en las áreas bélicas de la FARC ratificaron el generoso acuerdo.
Así que las consultas binarias (como la que se pretende para Cataluña en 2017) favorecen las salidas simplonas a problemas complejos (el acuerdo UE-Ucrania que se sometió a urnas en Holanda contiene 2.135 páginas).Y agudizan el peligro de la demagogia, basta imaginar una consulta sobre la pena de muerte tras un brutal atentado terrorista.
3) La opacidad del objeto del voto. La propuesta sometida a voto no era una verdadera propuesta: caben distintos Brexits en el Brexit, nadie sabe cuál se eligió ni sus consecuencias exactas (ni siquiera sus promotores, que se pelean encarnizadamente), ni quién ni cómo la acabará gestionando.
O bien la alternativa no era tal. Ni había disponible un acuerdo distinto con Ucrania, ni la primacía del derecho comunitario sobre el nacional puede romperse en ningún Estado miembro de la UE, si quiere permanecer en ella. O no quedaba clara, al carecerse de plan B: no hay opción contra la paz en Colombia.
Referendums así, ninguno.
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