Migrantes caminan bajo la lluvia tras cruzar la frontera griega hacia Macedonia, cerca de la ciudad de Gevgelija
La desprevenida Europa
La crisis y el terrorismo socavan la capacidad del continente para protegerse.
El día de Acción de Gracias, tal como lo conocemos, no data de la época colonial, sino de mediados de la Guerra Civil, cuando Abraham Lincoln lo convirtió en una festividad federal. Es, en otras palabras, una celebración de la unidad nacional. Y nuestra unidad es, sin duda, algo por lo que estar agradecidos. Para entender la razón, piensen en el desastre que, a cámara lenta, está eclipsando el proyecto europeo en distintos frentes.
Para quienes no estén familiarizados con el término, el “proyecto europeo” tiene un significado muy específico. Se refiere al intento, a largo plazo, de fomentar una Europa pacífica y próspera mediante una integración económica y social cada vez mayor, un proyecto que se inició hace más de 60 años con la creación de la Comunidad del Carbón y el Acero. El esfuerzo siguió adelante con la formación del Mercado Común en 1957; la ampliación de ese mercado para incluir a los países recién democratizados del sur de Europa; el Acta Única Europea, que garantiza la libertad de movimiento de las personas y los productos; una nueva ampliación de la Unión Europea para integrar a los antiguos países comunistas; el tratado de Schengen, que suprimió muchos controles fronterizos dentro del continente; y, por supuesto, la creación de una moneda común europea.
Todas estas actuaciones podrían considerarse intentos de conferir a Europa muchos de los atributos de un país individual, sin una unión política formal (al menos, no todavía). La esperanza más o menos explícita de muchos miembros de la élite europea era que la integración técnica y económica propiciase poco a poco la unificación psicológica y, en último término, allanase el camino hacia unos Estados Unidos de Europa. Y, durante mucho tiempo, el proyecto funcionó muy bien y Europa se fue volviendo progresivamente más próspera, pacífica y libre. Pero, ¿cómo afrontaría el proceso los contratiempos? Después de todo, el proyecto europeo estaba generando una interdependencia cada vez mayor sin crear ni las instituciones ni, a pesar de las esperanzas de la élite, la sensación de legitimidad política que se necesitaría para administrar esa interdependencia si las cosas se torciesen.
Y eso me lleva a los desastres. A simple vista, podría parecer que la crisis financiera, la crisis de los refugiados y los atentados terroristas no tienen nada en común. Pero, en cada uno de estos casos, resulta que la capacidad de Europa para protegerse a sí misma se ha visto socavada por su unión imperfecta.
Respecto a la crisis financiera: la inmensa mayoría de los economistas (aunque, por desgracia, no los políticos) coincide en que los males que aquejan a Europa se deben sobre todo a los cambios de humor de los inversores privados, que de un modo imprudente invirtieron dinero en el sur de Europa tras la creación del euro, para luego cambiar bruscamente de dirección una década después. Sin embargo, también pasó algo similar en Estados Unidos, donde el dinero fluyó primero hacia los préstamos hipotecarios en los “estados arenosos” —Florida, Arizona, Nevada, California— y después se esfumó. Sin embargo, en EE UU, las instituciones federales, desde la Seguridad Social hasta los seguros de depósitos, mitigaron el sufrimiento causado por ese cambio. En Europa, por desgracia, los Gobiernos nacionales tuvieron que afrontar el coste de los rescates bancarios y mucho más, por lo que el endeudamiento excesivo del sector privado pronto se convirtió en una crisis fiscal.
Por lo que respecta a los refugiados: las políticas respecto a los inmigrantes en general, y los refugiados en particular, son horribles en todo el mundo; no tienen más que escuchar a Donald Trump o Ted Cruz. Pero Europa, además, intenta mantener abiertas las fronteras interiores, mientras deja el control de las exteriores en manos de Gobiernos nacionales como el de Grecia, empobrecida y arrasada por la austeridad. No es de extrañar, por tanto, que vuelvan los controles fronterizos.
Y en cuanto al terrorismo: ninguna sociedad libre puede estar siempre absolutamente segura frente a los ataques. Pero piensen en lo mucho que se complica todo cuando la lucha antiterrorista depende en su mayoría de Gobiernos nacionales, cuya capacidad de control es muy desigual. Imaginen cómo se sentirían los neoyorquinos si la parálisis política de Nueva Jersey se interpusiese en el camino de cualquier política antiterrorista eficaz para Nueva York, y ya tienen una idea bastante aproximada de los problemas que Bélgica le ha generado a Francia.
Lo ideal sería que Europa respondiese a estos contratiempos reforzando su unión, creando más instituciones necesarias para administrar la interdependencia. Pero parece faltar la voluntad política que requiere esa clase de actuación, incluso para las medidas más evidentes. Por ejemplo, el pasado martes, la Comisión Europea proponía la entrada en vigor gradual de un sistema paneuropeo de garantía de depósitos, que es el requisito mínimo imprescindible para mantener la estabilidad de los bancos dentro de una unión monetaria. Sin embargo, el plan se enfrenta a una oposición feroz en Alemania, que lo considera un regalo para sus vecinos derrochadores.
La alternativa es dar un paso atrás, que es lo que ya está pasando con los controles fronterizos. A los dirigentes europeos les preocupa, con razón, que cada una de estas acciones perjudique al proyecto europeo en general. Pero ¿qué alternativa realista hay? La verdad es que desconozco la respuesta. Tan solo me siento agradecido de que Estados Unidos tenga la clase de unidad con la que Europa solo puede soñar, al menos por ahora. Ya veremos lo que queda después de que el presidente Trump acabe con ella.
Paul Krugman es premio Nobel de Economía de 2008. © The New York Times
EUROPA TIENE QUE REINVENTARSE DE NUEVO
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