Sopor culiparlante
Un error induce al PP a votar a favor de la consulta catalana.
Desde las Cortes de Cádiz la misión del culiparlante es hablar con las posaderas. Ayer el culiparlamentarismo se expresó estruendosamente. Por tradición, el culiparlante se aferra al sillón como si le fuera la vida en ello, levanta el brazo o aprieta el botón indicado, sin pensárselo, como un autómata. A veces se equivoca, aunque normalmente es inducido al error por el que le dice o insinúa erradamente lo que tiene que votar.
Por ejemplo y sin ir más lejos, una confusión del portavoz parlamentario del PP en el Parlament catalán, Enric Millo, llevó a la mitad de los diputados del grupo a votar a favor de la consulta soberanista y a "poner fin al déficit fiscal crónico de Cataluña", dos aspectos con los que sus señorías se han mostrado reiteradamente en desacuerdo. Consecuencias, ninguna. El ridículo, espantoso.
Sin embargo, no sólo se expresan con el culo los que callan, también lo hacen con frecuencia los que hablan. André Maurois cuenta en su biografía de Eduardo VII de Inglaterra cómo muchos de los miembros de la Cámara de los Lores, entre ellos el duque de Devonshire, acostumbraban a sestear en las sesiones. Una vez Devonshire, recién despertado, tuvo que defender un proyecto del Gobierno. Sostuvo la tesis de la oposición. El portavoz del grupo progubernamental, espantado por lo que oía, le hizo llegar al tribuno una nota avisándolo del error. Devonshire la leyó y prosiguió con absoluta normalidad: "Disculpen los honorables miembros de la Cámara. Me he equivocado. La opinión del Gobierno de su Majestad es exactamente la contraria de la que he expuesto".
Y se acabó.
Al igual que Devonshire, los autómatas que votaron en el Parlament lo contrario de lo que tenían señalado votar no son sospechosos. En su caso, además, no tendrán siquiera que explicar que su opinión es exactamente la contraria. Ya nos han aburrido suficientemente con ello. Lo peor de todo es el sopor.
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