En internet podemos echar en el carrito de la compra uno de sus cuadros –un collage con óleo– por casi 15.000 euros. Tiene unas dimensiones similares a varias de las 20 pinturas que José Luis Rueda, el heredero de Gerardo Rueda, sugiere al expresidente José María Aznar comprar. La millonaria oferta incluía un paquete en el que había 200 obras del grupo El Paso, de la escuela de Vallecas, del Grupo Cuenca y otros. Rueda, además de pintor, era un notable coleccionista. Todo por 54 millones de euros. Tal y como ha revelado el periódico El País con los correos electrónicos entre Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid, y Aznar, la operación incluía, también, la creación de un museo dedicado al pintor, en pleno Paseo del Prado. El presupuesto global se disparaba por encima de los 100 millones de euros, en el año 2008.
Los especialistas de Caja Madrid aseguraban que la valoración estaba “alejada de la realidad”. De 54 millones baja a 3 millones de euros. “El conjunto de obras es muy irregular en calidad” y su aportación “a la colección de Caja Madrid no añade ningún nombre importante ni cubre ninguna laguna que pueda eventualmente tener”. Proyecto abortado.
Pero el aborto desvela cómo la política ha practicado el arte de la inflación con los artistas españoles, según fue multiplicando sus despachos por la nueva geografía posfranquista. La prioridad era desarrollar la inversión en equipamientos culturales olvidada por los años de la dictadura y la burbuja cultural creció a ritmo frenético. La hiperinflación cultural generó monstruos irreales, atrofiados y derrochadores.
Cantidad sobre calidad
El último capítulo de las pesadillas de la especulación coleccionista a cuenta pública le ha tocado a Gerardo Rueda (1926-1996), pintor destacadísimo del llamado Grupo Cuenca, junto con Fernando Zóbel y Gustavo Torner. Pero el escándalo es sólo la punta del iceberg que se descubrirá finalmente cuando las Fundaciones de las Cajas de ahorro se vean en la obligación de sacar a subasta sus colecciones de arte.
Una de las obras de RuedaLa historiadora del arte María Dolores Jiménez-Blanco, en el extenso estudio que dedica al coleccionismo de arte en España, encargado por la Fundación Arte y Mecenazgo de ‘la Caixa’, asegura que a lo largo y ancho de la geografía nacional ha primado en la creación de las colecciones públicas, desde la Transición hasta nuestros días, el objetivo cuantitativo sobre el cualitativo. Es decir, acumular por acumular. “Su resultado no ha sido siempre colecciones de calidad, coherentes y representativas, sino más bien la formación de incontables conjuntos, a veces muy abultados, de propiedad pública, semipública o privada de acceso público, en los que otros intereses pesaron tanto o más que los puramente artísticos”.
Ese es el caso de Gerardo Rueda, un pintor sobrio, de composiciones abstractas complejas, que presenta una tensión entre el formalismo de la composición y el informalismo de la pincelada. Por talante, estaría cerca de los cubistas. Quienes le conocieron, lo recuerdan como el artista más sensible de los tres que componían el grupo conquense, con una actitud tan silenciosa como su propia pintura. Probablemente, esta operación sólo tuviera sentido más de diez años después de su muerte.
Una 'fiesta' general
El escándalo ha arrastrado la callada pintura de Rueda a los tentaderos de la especulación artística, donde se inflan los precios y se busca un tarifazo propio de un país que ha fomentado el desarrollo público de las prácticas artísticas con objetivos de imagen y publicitarios. Por supuesto, la transparencia no ha acompañado nunca estas políticas a las que los artistas tampoco se han opuesto. Dicen que durante la alcaldía de Agustín Rodríguez Sahagún, coleccionista de pintura de la Escuela de Vallecas, sólo se veían en Madrid exposiciones de artistas del grupo. Estas políticas de expansión han favorecido, en otros momentos, a creadores de la talla de Miquel Barceló y Cristina Iglesias.
Gerardo RuedaEn la fiesta de la cultura participaban museos, centros públicos, parlamentos autonómicos, diputaciones provinciales, ayuntamientos y, por supuesto, corporaciones. Todos se lanzaron a competir en la compra de obras de arte y a disparar su valor. Pero después de la euforia siempre llega la resaca, el momento de las preguntas. ¿Cómo se han hecho las colecciones de las cajas? ¿A quién pertenecen en este momento, después de haber sido rescatadas por dinero público?
Algunos expertos en la obra de Gerardo Rueda explican a este periódico que la creación de las colecciones de las cajas de ahorro ha sido dirigida por gente poco profesional, que ha valorado la obra y su compra con arbitrariedad. A esto hay que añadir que en España nunca ha existido un cuerpo de tasadores profesionales. La de Caja Madrid, en concreto, se alimentó durante los años setenta y ochenta y gracias a los empeños y prendas que iba quedándose. Además, en las últimas tres décadas, todas han crecido en volumen gracias a los premios y las becas, que han ido incorporando obra de nuevos creadores. El depósito es valiosísimo.
Otros especialistas comentan que conocían por José Luis Rueda el proyecto del museo. Sabían que detrás empujaba Caja Madrid y opinaban que era “una locura disparatada”. Colocar un museo dedicado a Rueda en medio de la amplia oferta museística de Madrid era abocar el centro a la muerte. De hecho, hace ahora dos años el Ayuntamiento de Cuenca canceló la subvención dedicada al Museo Gustavo Torner (120.000 euros) y pinchaba así la burbuja que nació en 2005 y se desinfló en 2011. Seis años de vida para un buque insignia fantasma, fruto de la iniciativa de Miguel Ángel Cortés, entonces Secretario de Estado de Cultura durante la presidencia de José María Aznar.
Afortunadamente, en 2008 se paralizó otra amenaza para la dilapidación de los fondos públicos en nombre de una política cultural basada en la opacidad. Como dice la historiadora Jiménez-Blanco, buena parte de la actividad relacionada con el coleccionismo español ha ocurrido y sigue ocurriendo fuera del alcance de los focos de la historia documentable. “Algo que no sólo impide su adecuada cuantificación y valoración crítica, sino que también ampara una imagen de rasgos algo borrosos”. Casi pantanosos.
COMENTARIO:
Lo único que comparto del articulo es que ha habido una proliferación de museos excesiva, especialmente en los últimos años, pero no solo de pintura.... Cada pueblo tiene centros de interpretación y museos a cascoporro.... y además espacios culturales de las cajas de ahorro (en algo había que gastar) y rehabilitaciones de dudosa calidad... Pero algo que no comenta y para mí ha sido aún más escandaloso es el arte de las obras públicas, esculturas en las rotondas, figuritas en las autovías, puentes de calatrava y cia.... etc. etc. etc. Un derroche, como muchos otros, de nuevo rico.
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