SINDICALISMO ABURGUESADO Y PROFESIONAL DEL BIEN VIVIR.
Imaginemos, sin gran esfuerzo, el diálogo entre dos plutócratas, dos empresarios, dos burgueses insaciables y crueles de grandes barrigas cruzadas por cadenas de oro, chaqués grasientos y chisteras ladeadas. Uno de ellos pregunta: «¿Cómo van los negocios, chico?». Y el otro contesta en un arranque de sinceridad: «No tan mal como cabía esperar. La verdad es que sigo a flote y espero que esto dure poco». «¿Y con el personal?», indaga el primero. «Pues vamos tirando. Algo sobrados de nómina, pero estamos en crisis?».
Al llegar a ese punto, el interlocutor, bien instruido de cuál debe ser su postura, le increpa: «¡Echa a los que te sobren, aunque sean los mejores, aunque cumplan con su cometido, aunque lleven treinta años en tu empresa. Ahora puedes hacerlo, hay despido libre». Sintiéndose acorralado, el segundo aduce: «Si es que, la verdad, puedo conservarlos y con pequeños ajustes mantengo la plantilla. Además, la mayoría son expertos, conocen su tarea y la desempeñan bastante bien». «¡Tonterías! -replica el bien informado-, nosotros somos el tejido empresarial y debemos aprovechar la mínima ocasión para poner de patitas en la calle a nuestros empleados». «¡Hombre! -adujo el que parecía un nuevo rico-, algunos son muy valiosos». «Nada, nada -decidió el malvado empresario-, todos a la calle, al paro, al hambre». En momento de lucidez el débil oponente masculló: «Pareces un sindicalista profesional, tío».
Puede tenerse como exagerado el diálogo, pero es lo que auguran esa pareja estable que son Cándido Méndez y Fernández Toxo, binomio de hecho que lo mismo se justifican uno a otro que demuestran la inutilidad de su empeño. Quieren representar el más rancio y difunto asociacionismo, cuando los trabajadores eran considerados mera fuerza productiva a la que se pagaba un salario por antiguos prejuicios religiosos.
La vida actual, la información y la formación, que llega a todas las capas sociales, hacen innecesarios a estos mediadores. El trabajador precisa, en todo caso, de la solidaridad de los compañeros de tarea, el entendimiento con el patrono y la baza de que sin ellos no hay negocio. Puede darse en industrias muy primarias. Lo que hacen esta pareja de Zipi-Zapes lo llevaba a cabo el sindicato vertical del franquismo, con un ministerio y funcionarios homologados. Según parece, una de las empresas más misteriosas y opacas con que contamos son esa parodia sindical, que engulle cientos de millones de euros y los dilapida en globos, pancartas, pitos y amenazas de huelga condenadas al fracaso, sin que aparezca el beneficiario final.
Sería hora de pedir cuentas, cerrar el grifo y aclarar normas que mantengan vivo y en las mejores condiciones posibles el mercado laboral sobre el que se sustenta la sociedad. Aunque la justicia nos fuerce a admitir que en corbatas ahorran mucho. Lo que se gastan en jerséis de marca, en suntuosas oficinas y una burocracia innecesaria.
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