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miércoles, 1 de octubre de 2025

LAS HEROINAS COLONAS.

 Las llamadas "flotas solidarias" han caído en una peligrosa contradicción: bajo la bandera de la ayuda humanitaria terminan legitimando -queriéndolo o no- a los mismos terroristas que asesinan, secuestran y adoctrinan en el odio. Y si quienes practican el terror aplauden sus gestos, el resultado no puede ser otro que favorecer a los fanáticos. Ninguna notoriedad política puede construirse sobre guerras, conflictos o incluso genocidios.

Me pregunto si mantendrían la misma postura si la secuestrada o violada fuese una hija suya. Pero no: ustedes piensan en ustedes, en sacar rédito político y en exhibir una superioridad moral tan hipócrita como estúpida.

Bajo el régimen siniestro de Hamás, la mujer no es nada. La población vive sometida al hambre, al miedo y al adoctrinamiento en el rencor, mientras quienes dicen defenderla protegen y encubren a sus verdugos. Incluso antes de esta guerra, muchos niños morían de inanición bajo su control. Si el enemigo no fuese tan poderoso, Israel habría dejado de existir hace años.

Sí, toda guerra es cruel, e Israel se ha excedido; pero quienes organizaron la masacre del 7 de octubre sabían perfectamente cuál sería la respuesta. Y Netanyahu tiene razón en un punto esencial: esos terroristas regresaron con cientos de rehenes después de asesinar, violar y decapitar a inocentes, y fueron recibidos con vítores, cánticos y caramelos en las calles. Una sociedad que celebra la barbarie no es sana: está podrida por el odio y el fanatismo.

Israel, como cualquier Estado democrático, tiene la obligación de rescatar a sus ciudadanos y castigar a los responsables. Desde el primer momento lo dijo claramente: entreguen a los rehenes y a los cabecillas de Hamás, y se detendrá la ofensiva. Negarse a eso no es moralidad: es rendición ante el mal.

El mundo no será justo mientras se premie la impunidad, ni puede sostenerse un poder basado en puritanismos selectivos. Y mucho menos quienes, en España, pactan con partidos que homenajean a los asesinos de Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch. De éstos, lecciones de justicia y democracia, pocas.

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