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lunes, 31 de agosto de 2020

PRESUMIR DE FALSEDAD

A MI QUE NO ME TOQUEN.
Vaya llorón que nos salió el vicepresidente Pablo Iglesias. El que parece haber creado la democracia y que, para afinarla, puso de moda el escrache en España, afirmando: “Los escraches son el jarabe democrático de los de abajo”. Ahora que asaltó los cielos y es divinidad en lo más alto, tiene vértigo; no sé si por la altura o al ver que ya no es de los de abajo, y que estos se multiplicaron más de lo deseado por cualquier sátrapa rojo. El caso es que el pueblo le aplica sus mismas arengas, pues no es poco el dolor y la ruina causados (y sigue) por su criminal gestión de la pandemia junto a su socio, Pedro Sánchez, en el Gobierno de la mentira organizada.
Se recoge lo que se siembra: desde que, en 2010, Pablo Iglesias hiciera a Rosa Díez el primer escrache, hicieron pasar momentos horribles a mucha gente por no ser de su cuerda, incluso delante de sus hijos. Y es curioso que, siendo los podemistas tan feministas, el hostigamiento lo sufrieron mucho más las mujeres. Ahora, Iglesias, al ser escracheado, lo llama acoso a su familia y se hace víctima por una pintada ofensiva en una carretera del concejo de Lena que lleva al lugar donde descansaba unos días. A pesar de que nadie se acercó a molestarles (lo acredita la escolta de Pablo e Irene) escapó de Asturias por temor a la extrema derecha. Menudo montaje victimista, pues en Asturias ni siquiera hay derecha, sin embargo, está llena de gente que votan a la ideología del fracaso, la que acabó dejando a la región en la miseria forzando a sus hijos a buscar el pan en el extranjero; el “Pan para hoy y hambre para mañana”, que firmaron en la fallida reconversión.
Si el señor Iglesias ya no se siente seguro ni en tierra de rojos, qué sentirá cuando esto, en pocos meses, acabe reventando y las televisiones “bien pagás” no den abasto para tapar tanta mentira, millones de parados, cientos de miles de empresas cerradas, autónomos desesperados...; que traerá muchas colas del hambre porque tanto desenterrar cadáveres y tanta celebración ideológica en plena pandemia trajo, como maldición del destino, enterramientos a destajo y ruina descomunal. ¿Huirá de España como lo hizo de Asturias? Pues no va ser por falta de motivos

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