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viernes, 28 de febrero de 2020

VERGÜENZA PERDIDA.

EL PENSADOR
 
VÁYANSE.
Hay un símbolo de la vergüenza que recuerdo desde chico: el gatito, hijo de "Silvestre", el impresentable gato que siempre acechaba a "Piolín". Ese gatito con la cabeza metida en un saco de la compra, queriendo que se lo trague la tierra, agobiado la última marrullería paterna, mientras exclama: ¡Qué vergüenza, oh padre, qué vergüenza!
Pueden descargar este icono de la red. Propongo que se convierta en emblema patrio hasta que pase, si pasa, esta marea de ridículo nacional. Y mientras dure, buena parte de los españoles, si no una mayoría tan sólida como vergonzante, nos veremos y nos sentiremos obligados a vernos y sentirnos como este infeliz gatito con las sucesivas hazañas del gobierno que no hemos dado consciente o inconscientemente: escondiendo la cabeza en una bolsa, cabe suponer que opaca y reciclable.
Claro que si alguno de nosotros en vez de ser un español normal fuera un independentista catalán, vasco, gallego, andaluz... o asturianu, seguro que se sentirá más identificado con otro no por más archiconocido menos certero tópico grouchomarxista: "Jamás querría seguir en un club que admitiese como socios a gentuza como yo". Aunque a alguno le duela, razón les sobra a Torra et al. para exigir lo que exigen y para querer marchar cuando antes de un país desencuadernado que "Hablan la lengua de las bestias salvajes", que no tiene ni su elegancia ni su cráneo ni su genoma, y que lo que sí tiene es un gobierno que baja todos los escalones y rampas que haya que bajar y que, arrastrándose, también nos arrastra ante ellos como lombrices, como caracoles o como babosas.
Marchad, benditos malditos, marchad pronto. Ahorradnos más humillaciones, más cesiones, más extorsiones, más reptar y más vergüenza.
Yo que vosotros lo haría.
Yo que nosotros, pensaría un poco más antes de votar -ya sin saco- la próxima vez. Si es que la hay.

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