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martes, 5 de septiembre de 2017

LA TRAICIÓN DE LOS INGLESES A ESPAÑA.

Paz de Amiens
Paz de Amiens
Fragata 'Mercedes': la traición con la que Inglaterra robó uno de los tesoros más grandes de América al decadente Imperio español
El 5 de octubre de 1804 cuatro buques de la «Royal Navy» atacaron por sorpresa un convoy español a pesar de la neutralidad entre ambos países. Con esta felonía lograron acabar con la paz y quedarse con los impuestos recaudados en el Nuevo Mundo por la Corona
Durante la batalla uno de los barcos de nuestro país, la «Mercedes», saltó por los aires debido al fuego británico. Su destrucción se llevó la vida de más de dos centenares de personas y enterró bajo las aguas cientos de pesos fuertes de
 
 
Ni los Drakes de turno, ni los Hawkins de rigor. La mayor felonía inglesa contra España no la cometieron los corsarios de medio pelo amparados por la reina Isabel I (y eso que hicieron méritos para ello). El infame honor de perpetrar el ataque más deshonroso de la historia de Gran Bretaña corrió a cargo del comodoro Graham Moore. Un vicealmirante de la «Royal Navy» que -el 5 de octubre de 1804- atacó un convoy de bandera rojigualda cargado hasta la toldilla con un tesoro procedente de las Américas. Y todo ello, a pesar de que ambos países eran neutrales por entonces.
La contienda resultante, llamada la batalla del cabo de Santa María, terminó con una derrota estrepitosa para España, cientos de compatriotas muertos y una de nuestras fragatas saltando por los aires ante el fuego inglés. Ese bajel fue la «Nuestra Señora de las Mercedes», cuyas monedas acabaron desparramadas en las aguas ubicadas frente a la Península.
Dichos pesos fuertes de plata perdidos descansaron durante más de dos siglos en aquel lugar. Inertes y esperando a que alguien los encontrara. Y eso fue precisamente lo que ocurrió en 1999 cuando, con engaños y artimañas legales, la empresa estadounidense «Odyssey Marine Exploration» empezó a extraer (sin que España se percatase de ello) el gran tesoro de la «Mercedes».

Por suerte, nuestro país llevó a los tribunales a la empresa y logró, allá por 2009, recuperar las monedas que los cazadores de tesoros norteamericanos llevaban años y años sacando a la superficie de incógnito. En 2012 la sentencia se completó cuando dos aviones Hércules devolvieron a nuestro país los 574.553 pesos de plata y los 212 escudos de oro robados por aquellos ladrones del mar.

Paz fugaz

Esta historia de infamia y traición se forjó al calor de la tregua que, tras años a cañonazos, sellaron la Primera República Francesa y el Reino Unido en 1802. Aquel tratado (conocido como la Paz de Amiens) prometía poner fin a un enfrentamiento de décadas que había arrastrado al campo de batalla a naciones como España, aliada entonces de la «France» revolucionaria y hasta el chambergo de ser atacada por los corsarios «british» desde hacía tres siglos.
Las premisas del pacto quedaban claras en su artículo primero: «Habrá paz, amistad y buena inteligencia […] Las partes contratantes pondrán la mayor atención en mantener una perfecta armonía entre sí y sus estados, sin permitir que de una parte ni de otra se cometa ningún tipo de hostilidad».
Las palmaditas en la espalda de Amiens prometían paz. Pero se demostraron más falsas que un Real de a Ocho de madera cuando, un año después (en mayo de 1803), la pérfida Albión declaró de nuevo la guerra a la Primera República. Nuestra nación, aliada de los galos desde 1796, debería haber sido arrastrada por enésima vez a la lid contra los molestos lords «british», pero logró mantenerse al margen. Al menos militarmente, pues el acuerdo rubricado obligó a los nuestros a ofrecer alguna compensación a «la France».
Paz de Amiens

Ya lo dijo el popular oficial de la época Antonio Alcalá Galiano (luego ministro de Marina) en sus memorias: «No dio España a Francia el auxilio de sus armas terrestres o navales, pero le franqueó con larga mano el de sus tesoros, proporcionando además cómodo y seguro abrigo en sus puertos a los buques franceses, así de guerra como mercantes y hasta corsarios».
El apoyo encubierto de España era un secreto a voces, pero mientras se extendió en el calendario permitió a nuestro país recuperar un poco su maltrecha economía gracias (entre otras cosas) al comercio con las Américas. Así lo afirma el doctor en Historia Moderna Agustín Guimerá Ravina en su libro «Trafalgar y el mundo Atlántico», obra en la que señala que partieron de Cádiz desde 1802 a 1804 «más de 1040 naves» para volver a recorrer la Carrera de Indias como antaño.
El académico Luis Suárez Fernández es de la misma opinión. En «Historia general de España y América» define los intercambios comerciales entre la metrópoli y sus colonias como una «ruta vital» para regenerar el tesoro real y afirma que -a partir de la Paz de Amiens- nuestro país vivió «un breve período de paz que permitió reemprender el tráfico y renovó las esperanzas».

Hacia América

En estas andábamos los españoles, inocentes ante el peligro de la traidora Albión, en los felices años de 1802. Rutas comerciales recién abiertas y caudales esperando en las Américas, nos las prometíamos muy felices. Y más todavía cuando, el 16 de octubre de ese mismo año, una Real Orden del Secretario de Estado Miguel Cayetano Soler exigió a los virreyes del Perú y del Río de la Plata recaudar un número considerable de Reales para la Metrópoli.
Sabedor de la necesidad que había de monedas para paliar la casi bancarrota en la que nos hallábamos tras la guerra, el gobierno estableció que un convoy partiera desde la Península, recogiera los impuestos y los llevara hasta la Península. Labor aparentemente nada peligrosa, pues la paz impedía a los hijos de la Gran Bretaña atacar los bajeles de la Corona.

«Además de la fragata que en principio de este año salió para ese Reyno, se está preparando en Cádiz para hacer viaje a él la fragata "Asunción", y en el Ferrol la "Mercedes" y "Clara"»
En su página web, el ministerio de Educación, Cultura y Deporte afirma que la maquinaria del Estado se puso en marcha y envió al virreinato de Perú tres buques de guerra. El primero (el bajel la «Asunción») partió desde Cádiz,. El resto del convoy (las fragatas «Nuestra Señora de las Mercedes» y «Santa Clara») viajó desde El Ferrol.

Su misión no consistía únicamente en hacer de transportistas, sino en llevar también «el azogue necesario para amalgamar la plata y traer de regreso oro y plata acuñada en barras». Así lo recogen varias cartas redactadas por Cayetano Soler en las fechas previas al viaje. Una de ellas, fechada el 30 de noviembre de 1802: «Además de la fragata que en principio de este año salió para ese Reyno, se está preparando en Cádiz para hacer viaje a él la fragata "Asunción", y en el Ferrol la "Mercedes" y "Clara"». Otro tanto sucede con una misiva en la que se especifica que su destino era el Callao (en Perú).
La descripción pormenorizada de estas tres naves la aporta el ingeniero e investigador Víctor San Juan en su documentada obra «Extraños sucesos navales». A lo largo de sus páginas, determina que las mencionadas fragatas eran «buques medianos de muy buena navegación» idóneos para llevar a cabo este tipo de viajes a través del océano. De hecho, su rapidez y su peso -mucho más ligero que el de los pesados buques de línea- les permitían combatir o, llegado el momento, escapar a toda vela del enemigo.
Comodoro Moore
Comodoro Moore- MUSEO NAVAL, EXPOSICIÓN "FRAGATA MERCEDES"

El autor explica en su obra que la más antigua era la «Asunción» (de 22 años), seguida de cerca por la «Clara» (con 20 primaveras a sus espaldas) y la «Mercedes» (fabricada hacía 18). La dos primeras habían sido diseñadas por el ingeniero naval Gautier, mientras que la última fue creada por sus sucesores, Retamosa y Romero de Landa.
El convoy arribó a El Callao en varias partes. La «Clara» llegó a Lima en junio y, a lo largo de julio de 1803 (se desconoce exactamente el día, según el ministerio de Cultura español), lo hicieron también la «Mercedes» y la «Asunción».
A finales de ese mismo mes el convoy ya estaba listo para partir, viento en popa, hacia Montevideo (el primer puerto de reabastecimiento en su viaje de regreso a España). Sin embargo, la declaración de la guerra entre Gran Bretaña y Francia detuvo drásticamente los planes de partida. Al final, el viaje se retrasó hasta el 3 de abril de 1804, día en que los navíos salieron hacia su nuevo destino al mando de Tomás de Ugarte.
Las peripecias vividas en esta primera parte de la aventura no fueron precisamente nimias. Las enfermedades, los temporales... todo pareció unirse para dar al traste con el traslado de las riquezas del tesoro recogidas en el Nuevo Mundo.

Viento en popa

Las tres fragatas posaron sus popas de madera el 5 de junio de 1804 en el puerto de Montevideo. Desgraciadamente, no llegaron precisamente listas para continuar su viaje debido a varios problemas. El principal fue la baja de Ugarte, a quien una enfermedad le obligó a quedarse en tierra. Por si aquello fuese poco, el brigadier militar de la ciudad (José de Bustamante y Guerra) tuvo que ver con tristeza como la más antigua de las fragatas, la «Asunción», no podía seguir navegando debido a los desperfectos que había sufrido cruzando el cabo de Hornos.
Que a la «Asunción» le resultara imposible continuar el viaje de retorno a España era una noticia más que preocupante. No ya por la falta de protección (un factor también determinante), sino porque en Montevideo se unieron a la tripulación decenas de viajeros ansiosos por regresar a la Península y llevarse consigo sus riquezas. Por suerte, a la expedición se sumó en aquellos días la también fragata «Fama», más joven que sus compañeras.
Las tres naves fueron cargadas hasta las cofas. A la tripulación y a los nuevos viajeros se les unió una ingente cantidad de equipaje. Y todo ello, sumado a las riquezas destinadas a llenar las arcas del Tesoro Real y aquellas de los pasajeros. La cantidad exacta de monedas es desvelada por San Juan en su obra. Este afirma que los caudales privados consistían en «dos millones de plata en pesos fuertes y casi un millón en monedas de oro», mientras que el total de los impuestos consistían en «un millón trescientos mil pesos fuertes de plata».
Escenografía de la cubierta a escala real
Escenografía de la cubierta a escala real-

Repletas de gente, de equipaje y de oro, las naves suponían un blanco sencillos para los corsarios. Al fin y al cabo, esas toneladas de más impedían la perfecta maniobrabilidad y funcionamiento de los bajeles.
Fue por ello por lo que Bustamente le puso arrestos y se decidió a comandar él mismo la expedición a lomos de una fragata más: la «Medea». Una nave joven y mejor armada que el resto. Al fin y al cabo, con ella no solo lograba reforzar el convoy, sino también aligerar a sus compañeras de viaje para que pudieran enfrentarse, llegado el caso, a cualquier enemigo que se interpusiera en su rumbo. De esta guisa comenzó el viaje. Un trayecto que sería el último para muchos de los que se subieron a estos bajeles.
SIEMPRE NOS HAN CHULEADO Y NOS HAN MIRADO POR ENCIMA DEL HOMBRO, YO ME NIEGO A HACEPTAR LA HISTORIA DE DESPRECIOS CONTINUADOS, INCLUSO CUANDO COMPARTIMOS REYES Y FAMILAS REALES. 

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