Fotograma del 'Frankenstein' (1931), de James Whale
El monstruo es el clima
Los cambios en las condiciones meteorológicas han tenido profundas consecuencias en hechos históricos
No es fácil renunciar a la idea de que, desde la caída del Imperio Romano, Europa entró en una era de tinieblas de la que comenzó a resurgir lentamente después de unos siglos oscuros. Pese a la gran reivindicación de Georges Brassens —"Soy jodidamente medieval", era el estribillo de una de sus canciones más famosas—, la Edad Media siempre ha sido asociada a desgracias, plagas, persecuciones de herejes, calles embarradas, dientes podridos, supersticiones y bosques interminables que engullían a los viajeros. La realidad es diferente.
Geoffrey Parker escribió un documentado volumen sobre el efecto del clima en las catástrofes del XVII
"Me exaspera esa idea que se repite cada vez que se produce una catástrofe de que 'parece que hemos vuelto a la Edad Media", explicaba en una entrevista reciente el medievalista francés Michel Pastoureau. "En Europa, el periodo en el que las poblaciones fueron más desdichadas no es el medievo, sino el siglo XVII. Y no hay forma de corregir ese prejuicio", prosigue este historiador. Preguntado por el motivo, responde contundente: "A causa del cambio climático y de las guerras de religión. En Francia decimos el gran siglo por Luis XIV, pero es el siglo más desdichado. Nunca la esperanza de vida cayó tanto como en 1640, hasta los 27 o 28 años; nunca la estatura de los hombres fue tan pequeña. Se vive mucho más en el siglo XIII que en el XVII".
El historiador estadounidense Geoffrey Parker escribió un documentado y apasionante volumen de casi 1.200 páginas sobre el efecto del clima en las catástrofes del XVII que llamó El siglo maldito (Planeta). Ese tiempo coincide con uno de los picos de frío de lo que se denomina la Pequeña Edad de Hielo: el enfriamiento global que padeció el mundo entre los siglos XIV y XIX, después del periodo cálido medieval, del X al XIV. Parker habla de "una crisis general" durante la que estallaron "más conflictos que en cualquier época anterior a la I Guerra Mundial", con una especial concentración de revueltas entre 1635 y 1666, justo cuando el clima fue especialmente crudo.
"El siglo XVII no sólo vivió acontecimientos climáticos extremos, sino también una inusual concentración de ellos", escribe Parker. "Dos hechos de estos años siguen reflejando con extraordinaria claridad el clima inusualmente frío que los marcó. En primer lugar, las anormales heladas y nevadas dieron lugar al popular género de los paisajes invernales entre los pintores holandeses. En segundo, la madera de la parte trasera de los incomparables violines fabricados por Antonio Stradivari de Cremona muestran claramente unos anillos de crecimiento muy estrechos, lo que indica una insólita sucesión de veranos fríos durante el siglo XVII que atrofiaron el crecimiento de los árboles". Este siglo maldito estuvo marcado por la muerte y la violencia, pero también por los mejores violines que un luthier haya construido nunca.
No es fácil establecer una relación determinista entre el clima y los acontecimientos históricos, los cambios gigantescos en sociedades complejas nunca tienen una sola explicación, pero es indudable que las transformaciones bruscas en las condiciones meteorológicas tuvieron consecuencias devastadoras, sobre todo en periodos tan documentados como el siglo XVII o el año sin verano de 1816. Autores como John L. Brooke en su ambicioso ensayo Climate Change And The Course Of Global History. A Rough Journey (Nueva York, Cambridge University Press, 2014), que ofrece una perspectiva global sobre la historia humana y el clima, o Brian Fagan en La pequeña Edad de Hielo (Gedisa) —ambos escriben en estas mismas páginas— lo han estudiado a fondo. Las lecciones para el presente son claras: entonces no se sabía lo que estaba ocurriendo y, desde luego, no se conocían las causas (no se estableció un lazo entre la erupción del volcán Tambora en Indonesia con la desaparición del verano): ahora sí. Ser conscientes del sufrimiento que los periodos de fuertes variaciones en el clima han causado no hace más que aumentar nuestra responsabilidad como la última generación que tiene la capacidad de cambiar el curso de los acontecimientos, de detener el cambio climático desatado por la humanidad desde el principio de la era industrial.
El símbolo de esta amenaza puede ser un monstruo, que surgió durante la noche del 16 de junio de aquel año sin verano de 1816, hace ahora dos siglos, cuando Lord Byron y un grupo de amigos, bloqueados por el mal tiempo en Villa Diodati, a orillas del lago Lemán, decidieron inventarse historias de terror. En el prólogo de Frankenstein, Mary Shelley describe aquel verano como "húmedo y riguroso" y señala que "la incesante lluvia" les "confinó a menudo durante días". El colombiano William Ospina explica en la novela que escribió sobre aquel extraño periodo, El año del verano que nunca llegó (Random House, 2015), que "los pájaros y los mapaches, los osos, los ciervos y las ardillas parecían correr sin rumbo por los campos". "En los últimos días de julio, el paisaje seguía tan desolado como a comienzos de marzo, con el agravante de que los días de invierno suelen ser luminosos y de cielos azules y este fue un julio de cielos cerrados con nubarrones plomizos", agrega.
En aquel ambiente, Mary Shelley confiesa que quiso escribir "una historia que hablase a los miedos misteriosos de nuestra naturaleza". Gonzalo Suárez rodó una versión personal de la creación de aquel monstruo, Remando al viento (1988), que se convirtió en uno de los mayores éxitos del cine español (aunque está rodado en inglés). Una parte de la historia transcurre en los espacios helados del norte de Noruega. En estas tres décadas, el hielo en el que Víctor perseguía al monstruo ha cambiado completamente de sentido, su desaparición en los polos encarna la amenaza máxima para el planeta. El significado del monstruo es otro.
Y EL HOMBRE QUE LO AGREDE.
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