Gobernantes indecentes, pueblo cómplice y complaciente:
Cuando un indecente gobierna, no es solo culpa suya.
Es culpa de quienes lo aplauden: por interés, por ingenuidad, o porque son como él.
Este es nuestro espejo. Por eso lo soportamos.
El mal del gobernante refleja al pueblo que lo sostiene.
No hay tirano que un pueblo no merezca.
La realidad es brutal:
Salarios que no llegan.
Vivienda imposible.
Residencias en ruinas.
Sanidad colapsada.
Coste de la vida que devora cualquier futuro.
Nada "va como una moto". Todo se derrumba.
No se puede defender a quienes traicionan sus promesas:
Pactos que juraron no hacer.
Indultos que prometieron no dar.
Amnistías que blanquean a imputados.
Reuniones y pactos con quienes homenajean a los asesinos de compañeros como Fernando Múgica, Fernando Buesa, Juan María Jáuregui o Ernest Lluch.
Protección a colaboradores y familiares implicados en presuntos delitos. Si nada hicieron nada deben temer, en democracia el dar cuentas a la justicia es transparencia. Pero no, se hacen amigos y socios de prófugos, delincuentes y corruptos, dándoles inmunidad, al mismo tiempo que señalando a jueces y críticos. La justicia y la ley, al revés.
Es toda una traición a la memoria de quienes dieron su vida por libertad y democracia.
Se apoyan en un prófugo.
Cambian las reglas a su antojo.
Anulan la igualdad ante la ley.
Burlan la separación de poderes.
La corrupción se legaliza. La impunidad se convierte en norma.
Decía Pedro: "Un gobierno sin presupuestos no gobierna nada".
Es todo una mentira en él. Nada cumplió, ni promesas ni deberes ni principios: La indecencia institucionaluzada.
Este es el gobierno que merecemos.
Y si seguimos aplaudiendo, seguiremos sufriéndolo.
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