EL PENSADOR VAYA COMO HOMENAJE
PARA NUNCA OLVIRARLA.
Son las 7.20 horas de la mañana, de guardia en la UCI cardiaca. Suena el busca, caso complejo, enfermo crónico, fracaso renal, parece infartado. Me levanto de la cama con poca gana, joder, ingreso a estas horas, por media hora no libro.
Al salir de la habitación ella ya está allí, llegó hace 10 minutos, ya ha tenido tiempo de darle agua a algún enfermo sediento por el diurético de la noche. Está revisando qué tal han pasado el día sus enfermos; comprobando que “sus periféricos” siguen bien.
¿Un ingreso? –pregunta– Ya lo cojo yo, no te preocupes, que acabo de llegar.
Tiene 64 años y dice que se jubila en julio, que después de las vacaciones ya no vuelve. ¿Cómo es posible?, trabajadores como ella no se deberían jubilar, habría que prohibírselo. La primera en llegar y de verdad que la última en irse. De la vieja escuela de intensivistas, siempre buscando una explicación fisiopatológica al paciente complicado, nunca se acomodó en la rutina del posoperatorio fácil. Trasplante cardiaco, asistencia ventricular, ECMO, lo que le echen.
Mi admiración y mi cariño hacia ella es inmenso, me apadrinó de residente cuando vine a rotar a la antigua UCI del General hace ya más de 10 años. Me dejó sus libros, me buscó alguna rotación. “Llámame para lo que sea”, me decía cuando empecé a hacer mis primeras guardias de adjunto.
“¿Sales de guardia?, vete para casa con los guajes que ya te lo llevo yo al TAC; que ya te informo yo a la familia; ya te hice yo la historia del de la tarde”... y así todos los días.
Para muchos nuestra guía espiritual, nuestro patrón oro, si no sabes por dónde tirar con un enfermo, ella te orienta, siempre tiene una idea. Y con más paciencia que nadie, no hay más que verla contándoles a los estudiantes las diferentes formas de administrar oxígeno a nuestros enfermos a la vez que les pide que se queden con su cara, que en breve vendrá por la puerta de urgencias.
Cariñosa y preocupada por los pacientes, por los suyos y por los tuyos; un mes estuve subiendo con ella a la planta a poner un poco de sedación a una enferma que compartimos para que no le dolieran las curas.
Y llegó la covid-19, algunos se pusieron de lado, ella no, cumplió con cada turno. Cada vez que la veía con el EPI puesto, encerrada en la UCI, cruzaba los dedos y pensaba para mis adentros: ¡Si le quedan tres meses para jubilarse! ¡Por Dios que no se contagie!
Escribo esta carta desde la admiración que siento por ella, como ejemplo de trabajadora incansable, como médico preocupado de lo que de verdad importa y como ahijado suyo que me he sentido desde que llegué al General.
Espero que disfrute de su jubilación, de dejar el prao de Bocines como un green segando con “la Ferrari”, del piso de Malasaña, de volver a Japón si el dichoso virus nos deja.
Te echaremos de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario