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jueves, 18 de junio de 2020

CUANTO MÁS TONTOS MÁS MANEJABLES.

La ley de la burramia

En plena crisis de la epidemia el Gobierno se dedica a la ingeniería social con la educación.

Algunos frikis pensamos que nada es más importante para el futuro de un país que la educación. La excelencia formativa es el combustible de la fábrica de las ideas. Y a su vez el pensamiento, en todas sus vertientes, mueve el mundo (por eso nada más ganar la II Guerra Mundial la inteligencia militar de Estados Unidos puso en marcha la Operación Paperclip, que se llevó a América a 700 de las mejores mentes alemanas: médicos, físicos, arquitectos, químicos, ingenieros aeroespaciales... incluido Von Braun, clave en la aventura lunar de la NASA). Pero esto de valorar la alta educación es algo bastante rancio. Probablemente una ensoñación «ultraderechista». Dejemos que coreanos, chinos, estadounidenses y británicos sigan ofuscados en su retrógrada fijación
 por los centros de excelencia y en la exigencia máxima a los alumnos que acceden a ellos. Nosotros estamos en el progresismo, que en Educación tiene cuatro máximas que molan mucho:
1.-Cuanto más burramia, mejor. La exigencia en las aulas va contra nuestros principios igualitarios, así que hay que permitir que todas y todos pasen los cursos con suspensos y eliminar reválidas antisociales. Pretender que «chicas y chicos» estudien puede dañar su delicada psique. Por último, un alumno que sea un cenutrio, sin interés y abocado al fracaso escolar, debe tener el mismo derecho a una beca que uno brillante y esforzado.
2.-La concertada, ¡vade retro! Aunque los colegios católicos son muy valorados en todo el planeta por su excelencia (en Inglaterra hasta las familias musulmanas intentan que sus hijos accedan a sus codiciadas plazas), nosotros, que somos progresistas y sabemos más, vamos a puñetearlos finamente. Y si las familias los prefieren, pues que les den. Ingeniería social y nuevas leyes hasta que dejen de preferirlos.
3.-El español no es progresista; el batúa, sí. España tiene uno de los idiomas más hablados del mundo y con mejor obra literaria. Pero nosotros, que somos progresistas, estamos descubriendo que tal vez lo inventó Franco. Así que en las comunidades donde haya una segunda lengua urge arrinconar el español, aunque se den situaciones tan surrealistas -o injustas- como niños de Bilbao forzados a estudiar todo en vasco, que en cuanto llega el recreo no dicen, por supuesto, una sola palabra en vasco.
Desde 1980, España ha tenido siete leyes de educación. Un trabalenguas: Loece, Lode, Lopeg, Logse, Loce, Laloe y Lomce. Cambiar la ley de educación cada vez que llega un partido al poder es propio de república bananera. Penoso que jamás se haya podido alcanzar un acuerdo en algo tan esencial. Ahora, en pleno cataclismo económico y peleando contra una epidemia, el rodillo ideológico no cesa y el Gobierno acelera en el Congreso para sacar adelante la Lomloe, o «ley Celaá» (o Ley de La Burramia). Consagración del mínimo esfuerzo, aversión al español, odio sectario a la educación católica e introducción con calzador en las aulas del catecismo progresista. Estudiando menos progresaremos más. Otro éxito. Y cuando el futuro se llame paro por baja cualificación, ingreso mínimo vital ¡y al bar!
CUANTO MÁS TONTOS MÁS MANEJABLES.

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