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jueves, 14 de mayo de 2020

EL MARRÓN DE FERNANDO SIMÓN.

EL PROBLEMA LE HA SUPERADO.
Una de las muchas cosas admirables de la democracia británica es la continuidad de idénticos altos funcionarios sirviendo a primeros ministros de diferentes colores. Un gesto de civilización política notable, sobre todo visto desde un país de reflejos cainitas como España, donde si llega un nuevo Gobierno se cambia hasta al director del Museo del Encaje de Camariñas. Por eso me gustó que el Gobierno de Sánchez mantuviese como director del Centro de Coordinación de Alertas Sanitarias al médico que había situado en el cargo Rajoy. Además, Fernando Simón, de 56 años, gozaba de buen cartel entre sus colegas, que lo piropeaban como «riguroso, templado, disciplinado y humilde». Tampoco le faltaban formación y mundo. Hijo de un psiquiatra de Zaragoza,
 estudió en un colegio privado bilingüe y Medicina en su ciudad. Después pasó por las aulas de un relevante instituto londindense de enfermedades tropicales y durante ocho años trabajó en el extranjero. El epidemiólogo, que habla varios idiomas, peleó contra enfermedades infecciosas en África y Latinoamérica. En 2015, se manejó bien ante los casos de ébola de España. Un precedente positivo. Por último, su perfil humano resultaba cercano y simpático. Un médico con pelo y cejas tipo el Doc chiflado de «Regreso al futuro», de indumentaria informal y aficionado a la escalada y las motos. En lo que me toca, encima veranea en una de las playas coruñesas que me gustan y es forofo de Van Morrison, el monstruo que sería capaz de cantar con éxito hasta el BOE.
Sin embargo cunde la sensación de que al sabio le ha quedado grande el coronavirus. A Simón no toca valorarlo por sus modales quedos, su melena revuelta y sus chaquetillas troteras, sino por su acierto a la hora de evaluar lo que teníamos encima. Y derrapó. El 31 de enero, EE.UU. prohibió la entrada a todo viajero foráneo que hubiese pasado por China. Nueve días más tarde, Simón nos decía que «el riesgo en España es relativamente bajo, no hay ninguna razón para alarmarse». El 16 de febrero, con dos extranjeros infectados en nuestro país, explicó que «en España ya no hay casos y nunca ha habido transmisión del virus». El 29 de febrero, con 50 infectados, Simón aclara que «no hay motivos para cancelar grandes eventos». El 4 de marzo, solo diez días antes del estado de alarma, asegura que «no tiene sentido cerrar colegios». En la víspera del 8-M, explica que si su hijo le pregunta si puede ir, «le diré que haga lo que quiera».
Conclusión. Puede que sea muy majete, estupendo para soplarse una Estrella Galicia viendo las aguas calmas de la ría de Betanzos y hablando del «Astral Weeks» de Van Morrison. Pero ante esta epidemia ha estado miope. Además, se ha columpiado políticamente, primero llamando «indecentes» a los que con toda libertad y derecho ejercen la crítica y después defendiendo en contra de la ley el secretismo de su comité de expertos. El doctor Simón no supo protegernos de una amenaza que ya ha matado a 27.104 españoles (que son más, pues han contado mal). Y eso, y siento decirlo, se llama grave error profesional.

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