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domingo, 30 de marzo de 2025

POLITICA DEL ODIO.

 El reciente fallo judicial sobre la falla de Arrancapins en Valencia ha reavivado un viejo debate: ¿dónde termina la libertad de expresión y dónde comienza el delito de odio? ¿Hasta qué punto la crítica social y política pueden justificarse cuando el mensaje trasciende lo político y ofende, hiere o incita al rechazo de un colectivo históricamente perseguido?

El ninot en cuestión, expuesto en las Fallas de 2023, representaba un árbol de Navidad con una estrella de David en la cima, una base en forma de esvástica nazi y cabezas de bebés decapitados colgando de sus ramas. Sus creadores afirmaron que buscaba denunciar el conflicto en Gaza. Sin embargo, la comunidad judía y diversas organizaciones lo señalaron como una representación abiertamente antisemita y una expresión peligrosa del discurso del odio.

A pesar de la denuncia, la jueza Matilde Sabater Alamar decretó el sobreseimiento libre del caso, argumentando que la obra se inscribe en la sátira y crítica social propia de las Fallas y no cumple los elementos para ser considerada un discurso de odio. En su resolución, citó sentencias del Tribunal Constitucional y del Tribunal Supremo que protegen la libertad de expresión en el arte y la crítica política.

Sin embargo, surge una cuestión fundamental: ¿es legítima una "crítica política" que utiliza la estrella de David, un símbolo del pueblo judío, sobre una base en forma de esvástica? El Holocausto, como el genocidio más devastador de la historia, no es solo un episodio histórico, es una herida colectiva. Utilizar la estrella de David sobre una base en forma de esvástica de manera que los vincule con la violencia nazi no puede considerarse una crítica política, sino un insulto directo, una perversión de la memoria y un refuerzo del discurso antisemita que equipara a las víctimas con sus verdugos.

Es fundamental reconocer que se puede criticar a un gobierno o a una política sin atacar a un pueblo o a una religión en su totalidad. La estrella de David no representa a un gobierno ni a una ideología específica, es un símbolo del pueblo judío. Asociarla con la esvástica y la violencia nazi va más allá de la crítica política, convirtiéndose en un ataque directo contra la identidad colectiva de un pueblo.

En un momento en el que el antisemitismo está resurgiendo en Europa y en otras partes del mundo, este tipo de representaciones no solo hieren a la comunidad judía, sino que alimentan la narrativa de odio que durante siglos ha justificado su persecución, violencia y asesinato. Este tipo de imágenes refuerzan un clima de hostilidad que sigue amenazando a una comunidad que aún enfrenta discriminación y violencia.

La "crítica social" no puede servir de excusa para reproducir patrones de difamación que recuerdan a los libelos de sangre de la Inquisición, las caricaturas antisemitas de la Alemania nazi o la propaganda de odio que precedió a las grandes olas de violencia contra los judíos a lo largo de la historia. Hoy en día, el antisemitismo se disfraza con frecuencia de libertad de expresión, buscando legitimación bajo la excusa de la crítica política. Sin embargo, aunque la libertad de expresión es un derecho fundamental, no puede justificar la incitación al odio ni la difusión de discursos que deshumanizan a un pueblo entero. La línea entre la crítica lícita y la difamación peligrosa es muy delgada, y en este caso, parece haberse cruzado con creces.

Las Fallas son una tradición que combina sátira y arte, pero también llevan consigo una responsabilidad. La sátira en las Fallas no puede convertirse en una licencia para el insulto, especialmente cuando se hace a costa de quienes ya han sufrido tanto a lo largo de la historia. La pregunta sigue vigente: ¿hasta dónde llega la libertad de expresión cuando está en juego la dignidad y seguridad de todo un pueblo?

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