QUE NO NOS VENGAN CON MONSERGAS.
El problema de lo público es que cuando este se convierte en un oligopolio, hay que aceptarlo ¡sí o sí! Es decir, como las lentejas, que "o las comes o las dejas". Y esto es lo que está ocurriendo con la sanidad, que las normas de atención las fijan no sé qué expertos, que asesorarán a no sé qué ministros y a no sé qué consejeros autonómicos. Así es que, esté centralizada o parcelada como la actual, el usuario que la paga o pago tiene que adaptarse a la organización que, para su funcionamiento, dicte el "listo" de turno, sea este médico o no.
Así es que hoy la situación ha llegado a tal punto... que el usuario no puede ni acercarse a sus centros de salud. Es a todas luces una sinrazón el pretender que las consultas se hagan (de hecho, te obligan a hacerlas) por teléfono.
Miren ustedes, defensores de la sanidad "pública", eso sí, no menos que yo, que he cotizado para que exista esta opción dentro de las ciencias de la salud: esta medida de "obligar" a los facultativos a que no vean, exploren y puedan diagnosticar a los pacientes in situ es un atentado no ya contra la salud, sino contra la buena praxis que debe observarse en cualquier centro sanitario, en este caso de atención primaria... Pero hay más: la asistencia al paciente hospitalizado, no aislado, se ha convertido en un abandono anímico y social entre el paciente y sus familiares.
Medidas restrictivas de esta naturaleza solo pueden provenir de quienes de sanidad saben tanto como yo de la construcción de naves espaciales. Y lo que es peor, el silencio del Colegio de Médicos, o de ATS, de la asociación de usuarios, o de los sindicatos del sector, cuyas páginas web parecen más un "tablón de anuncios "con convocatorias y reclamos económicos" que organizaciones por una atención integral al enfermo a partir de un status acorde a sus categorías profesionales.
Y esto es un monopolio en toda regla, donde ni el conocimiento, ni el esfuerzo, ni el estudio ni la atención tienen cabida en esta sanidad, que dicen de todos pero que no es de nadie. A la que se acude, aun en estas condiciones, por el predominio gubernamental de no permitir ni la competencia profesional, ni posibilidad de elección del paciente de médico y centro. Que si esta última opción se diera sin tanto quebranto económico y más facilidades fiscales, la presión asistencial a esta sanidad pública se vería seriamente afectada. Lo que solo evitaría con una sana competencia, médica, científica y asistencial.
¿Qué profesional con un mínimo de rigor científico, humano, ético o hipocrático puede prestarse a diagnosticar o medicar a través del teléfono, sin ver ni siquiera el rostro del paciente? ¿Hasta qué punto están obligados a obedecer este tipo prácticas que son ontológicamente inaceptables?
Hay que reivindicar, y me refiero a todo el sector sanitario, mejores condiciones laborales, pero sin olvidar las humanas. Si dejan de lado el fin último de su profesión, que no es otro que el paciente, ni merecen lo primero ni la consulta de los segundos.
¡Sanidad pública, así no! Así estamos todos sin sanidad de calidad y sin atención primaria, por muy pública y universal que la denominen.
Y es que quizá la sociedad consideremos héroes a todos los que ejercen su obligación. Y héroe es aquel que, excediéndose en su obligación y exponiendo su vida más allá del deber, ayuda al prójimo. Y eso ocurre en la sanidad, en la milicia, en las Fuerzas Armadas, en los bomberos y en cualquier ámbito de la vida. Lo demás no es heroísmo, es cumplir con el deber que cada uno libremente hemos elegido. Y hoy los médicos en concreto están en la obligación ontológica y de ética profesional de negarse a recetar a pacientes que no hayan visto.
A ver si alguien secunda esta queja y se suma a negarse a ser rebaño.
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