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jueves, 15 de octubre de 2020

LA SANIDAD PÚBLICA INHUMANA

 OTRO TRISTE CASO DE LO QUE PASA.

El pasado domingo 11 de octubre me avisan de que mi madre, de 89 años, se encuentra mal. Tras la pertinente visita a su casa de los sanitarios del 112, una ambulancia la traslada al servicio de Urgencias del HUCA. Eran aproximadamente las 12 del mediodía. Detrás, en un taxi, mi hermana y yo nos encaminamos a Urgencias. Al llegar damos nuestros datos y teléfonos y nos dirigimos a la sala de espera. Pasan dos horas y preguntamos si nos pueden decir algo de nuestra madre. Nos dicen que esperemos, que el médico se pondrá en contacto con nosotras. Van pasando las horas y seguimos sin saber nada. Llevamos seis horas en la sala de espera y nadie se ha puesto en contacto con nosotras. Volvemos a preguntar y la respuesta es la misma. A las siete horas nos telefonea un médico y nos explica lo que le pasa y que le van a dar el alta. Al cabo de otra hora más sacan a mi madre. La pobre está en un estado de agotamiento físico y psíquico tremendo. Nos cuenta que la han tenido sentada en una butaca en el cuarto de la ropa sucia y que no le han dado ni agua ni le han hecho ningún caso cuando ha pedido ayuda. Mi madre no se vale por sí misma, va en silla de ruedas y no ha podido ni ir al aseo. Sí le han hecho algunas pruebas, pero desde las tres hasta casi las ocho de la tarde ha estado completamente sola creyendo que el mundo se había olvidado de ella. Para rematar la faena, cuando al fin la vamos a meter en el coche y llevárnosla a casa, vemos que todavía lleva sujeto en la muñeca el tubito donde se inserta la vía para administrar la medicación. Ni de eso se han ocupado.

Me he sentido muy decepcionada con un colectivo al que he aplaudido a rabiar desde mi ventana durante todo el confinamiento. Soy consciente de que son tiempos difíciles para los sanitarios, pero eso no justifica que las personas más débiles, como son nuestros mayores, reciban un trato tan indigno.

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