AL PASO QUE VAMOS DUDO QUE VOLVAMOS LAS TERTULIAS Y SOBREMESAS.
En los tiempos que corren, para algunos las comidas han pasado de ser un gozo a un apuro. Un compromiso. Seguramente, entre ellos se encuentran aquellos infelices que protestaban porque la gente, tras meses de sufrimiento y pena, salía a divertirse con la nieve. Y que unos padres cometiesen el delito de coger a su hijo de la mano, y el trineo bajo el brazo, para conseguir sacarle la sonrisa que tan buen regalo hubiese sido por el día de Reyes para sus abuelos. Pero por suerte, la felicidad ha conseguido colarse por la ventana de nuestras casas para recodarnos que lo mejor está por venir. Es en esos quiebros donde ella se mueve como pez en el agua y toma asiento alrededor de una mesa formada por unos amigos o una familia. Y es entonces cuando, tras terminar los postres, salta al campo vestida de gala. Dispuesta a maravillarnos con sus mejores jugadas.
La sobremesa es un espacio de tiempo que nos permite conocer de la manera más sincera posible a aquellos con los que compartimos mantel. En ella no existen medias tintas ni amagos. Consigue sacar a relucir los verdaderos elementos que forman nuestra alma. En apenas unos segundos, los platos han pasado a ser escudos y los cubiertos espadas para dar comienzo a una batalla de ideas o pensamientos sobre cualquier tipo de causa por ajena o inoportuna que parezca. Tras las copas se alzan las voces en defensa de nuestras posturas. La comida se eleva a una categoría superior, acompañada de la explosividad de las burbujas de los gintonics. Y es entonces cuando da comienzo el juego. Aquellos contertulios que parecían aliados se tornan enemigos. Y viceversa. Nunca faltan las mediaciones por parte de los asistentes que deciden mantenerse a un lado de la disputa e intentan poner tierra de por medio. Por unas horas el blanco del mantel se torna verde, como el pasto en el que sobre nuestros caballos haremos una férrea defensa de aquello en lo que creemos y de aquellos a los que tanto amamos. La incandescente llama que habita en nuestro corazón se aviva junto a la nobleza de nuestro espíritu para recordarnos aquellas causas justas de las que nunca renegaremos.
Pero las sobremesas no solo son política. También son el mejor baúl de los recuerdos. O el álbum de fotos al que acudimos para rememorar viejos tiempos que parecían olvidados, pero que siguen vivos en nuestra memoria como si el tiempo no hubiera pasado. Ese momento en el que mayores y pequeños afianzan sus lazos a través de historias o confesiones. Donde se forja la verdadera complicidad entre un padre y un hijo. Una cultura en la que caben los enfados pero en la que las reconciliaciones son obligadas por norma. Y entre el calor de la batalla y la melancolía del recuerdo, sin haber sido conscientes, habremos sido los testigos de uno de los mejores partidos de la felicidad. Retornaremos a nuestros hogares o recogeremos la mesa pensando en cuándo será la próxima vez que volveremos a experimentar el placer de una sobremesa.
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