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viernes, 27 de noviembre de 2020

EL PUEBLO DEBE DE LEVANTARSE CONTRA LA TIRANÍA

 Nosotros, el pueblo.

Ya sabemos que esto es una pandemia, ya sabemos que este no es un virus cualquiera. Sí, ya lo sabemos; también sabemos que cogió desprevenidos a todos: dirigentes, sanitarios y científicos. Lo sabemos todos, pero también sabemos que a nuestros dirigentes les debemos exigir más, porque para eso los elegimos y para eso les pagamos. Si los hemos elegido, es que se les suponen capacidades por encima de la media; y si no es así, cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿para qué sirven sus aportaciones tan mediocres, que tanto nos cuestan en ineficacia y en dinero?

Habría que rebelarse. Ese era el título de un magnífico artículo de Francisco García, notabilísimo columnista del diario LA NUEVA ESPAÑA, publicado hace unas semanas.

En efecto, habría que rebelarse por tantos despropósitos. Vayamos al grano y repasemos algunas decisiones tomadas por nuestros dirigentes, decisiones manifiestamente mejorables, no ya por personas a las que se les supone valía y capacidad, también sería exigible la mejora si las tomase un simple mediocre, como aquel con el que se identifica plenamente Salieri, comparándose con Mozart, en la famosa película “Amadeus”.

En efecto, en el mes de marzo, nos encerraron en casa de manera draconiana, nos impidieron respirar, dañando gravemente nuestra salud mental y somática. Ningún país europeo avanzado tomó decisiones tan irreflexivas y, sin embargo, les fue mejor o, como mínimo, igual que a nosotros. No se ha hecho un estudio del daño causado, pero es obvio que fue inmenso, daño que se sumó al de la pandemia. Nos han quitado la posibilidad de pasear, la posibilidad de hacer deporte, montañismo, senderismo, actividades sanas y saludables, incluso con prescripción médica; actividades que reducirían ese tan denostado contacto social en espacios cerrados. Nos han anulado y robado derechos fundamentales que en otro país ni siquiera se habrían planteado sus dirigentes y, por supuesto, tampoco habrían tolerado sus ciudadanos. La argumentación es irrefutable: los contagios no se producen al aire libre, paseando por el Naranco, por el muro de Gijón o paseando por la senda del río Nalón en Laviana. Si practicando vida al aire libre se contrajera el virus, a estas horas ya estaríamos todos infectados, y es manifiesto que eso no ha ocurrido. Todos sabemos dónde se producen los contagios. En definitiva, encerrar a la población, con criterios tan durísimos, no resolvió el problema; al contrario, causó un daño muy doloroso. Un ejemplo: un compañero de docencia me remitía una foto de la plaza de España de Avilés completamente vacía, y se hacía la siguiente pregunta: “¿Para qué quieren confinarnos si no hay nadie en la calle?”. Pues pregúntenselo al Presidente.

A pesar de todo, algunos dirigentes, y lamento citar de nuevo a nuestro presidente, persisten en el error. Todo el verano alardeando de que aquí habíamos “dado con la tecla”, de que la culpa es de los madrileños, de su presidenta y de no sé cuántos demonios más. Pues ya vemos que lo del verano aquí fue un espejismo y que la culpa no es de los asturianos que viven en Madrid, que, por cierto, tienen el sagrado derecho de regresar a su tierra cuando les plazca sin ser estigmatizados y tratados como apestados; el derecho de ver a sus padres, a sus hermanos y abuelos; el derecho de disfrutar de la mirada dirigida a su hermosa tierra, aunque les haya negado las oportunidades que sí les ofreció la denostada Madrid y tantos otros lugares lejanos del orbe. Derecho extensible a otros madrileños a los que, por la causa que sea, les apetezca venir a nuestra tierra.

No se trata de dar lecciones a nuestros gobernantes de cómo tiene que abordarse el grueso de este problema tan complejo. Para eso están los técnicos, que puede que hayan tenido un papel menor, relegados, en algunas situaciones y momentos, por la conveniencia de la clase política. Se trata de hacerles ver que algunas de sus decisiones no solo no resuelven el problema, sino que lo empeoran. Se trata de que escuchen. No solo han tomado decisiones gravísimas, relacionadas con nuestros derechos, que se manifestaron plenamente ineficaces y nocivas; se trata, también, de que abandonen esa permanente tentación de tutela tratándonos como a menores y disminuidos. Un ejemplo lo tenemos en el diario LNE, donde se anuncian “medidas para proteger a las personas vulnerables”. Miren, dejen de aconsejar: las personas, y mucho más las mayores, sabemos cuidarnos solas. Nos sobra sabiduría y sabemos elegir por nosotros mismos cuál es la franja horaria más idónea para pasear; sabemos elegir el lugar y nos sobra capacidad y conocimiento para no estar recibiendo todo el día consejos paternalistas al modo de los que en la mañana de los sábados daba un presidente populista de una famosa república bananera. Mejor concentraban sus esfuerzos y capacidades en resolver el gravísimo problema desatado en los geriátricos, donde, por cierto, todos nuestros mayores están hiperconfinados, con los resultados que todos conocemos.

Ahora que, por razones electorales de interés mundial, está de moda el país que, pese a sus detractores, encarna la más grande, aunque sea imperfecta, de las democracias occidentales, parafraseando un párrafo de su Constitución, decimos que “nosotros, el pueblo”, somos adultos y soberanos, que no súbditos. Y que es el Estado, a través de sus dirigentes políticos, el que tiene que escuchar la voz de quienes, con carácter temporal, les hemos cedido el poder. Si no lo hacen con prontitud, puede que las consecuencias negativas, para todos y a corto plazo, sean incalculables.

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