La presencia en Buenos Aires del príncipe Felipe de Borbón como cabeza visible de la delegación olímpica española ha sido una operación política cuidadosamente diseñada para relanzar la imagen de una monarquía herida de muerte. Enfrentándose a la necesidad hasta convertirla en virtud -el Rey, que aún camina con la ayuda de muletas, no estaba en condiciones óptimas para un viaje transatlántico-, el heredero de la Corona se ha volcado en favor de la candidatura de Madrid y ha hecho lobby hasta donde su capacidad de persuasión, sus contactos internacionales y sus fuerzas han llegado. El resultado, a la vista está, ha sido un rotundo fracaso. Salvo, tal vez, para el propio Príncipe.
La operación tenía sus riesgos, porque suponía implicar directamente a la Corona en el logro de un objetivo que, dejando a un lado las euforias y triunfalismos previos a la decisiva cita de Buenos Aires, no iba a resultar fácil dado el enrevesado puzzle de intereses y alianzas que estaban en juego. Si salía bien y Madrid era designada sede de los Juegos Olímpicos de 2020, la Corona, sin duda, acabaría reforzada. Pero si los planes se torcían y la candidatura caía nuevamente derrotada, como así ha ocurrido, la institución monárquica iba a quedar tan malparada como el Gobierno de la nación, la Comunidad de Madrid, el Ayuntamiento de la capital y, en definitiva, la marca España.
Don Felipe aceptó el reto. Un triunfo de la candidatura madrileña no sólo sería un revulsivo para la autoestima de un país maltratado por la crisis, sino un antídoto para reavivar a una monarquía enferma que necesita respiración asistida tras los estragos del caso Urdangarin -que aún puede salpicar a la infanta Cristina de Borbón- y los graves errores cometidos por don Juan Carlos. Pero, sobre todo, el éxito de Madrid 2020 habría servido para afianzar públicamente la figura de un príncipe ya maduro y preparado para reinar, que ha salido indemne de los escándalos que tienen cercada a su familia y al que las encuestas de opinión tratan con mucha más benevolencia que a su padre.
Pero el sueño olímpico se desvaneció en un suspiro. Madrid ni siquiera pasó el primer corte frente a la teóricamente más débil Estambul, y el varapalo para la institución monárquica -encarnada en ese momento en la figura del Príncipe de Asturias- fue tremendo. El heredero de la Corona mantuvo siempre el tipo y repartió ánimos entre la desolada delegación española, con un Alejandro Blanco -el presidente del Comité Olímpico Español- llorando a moco tendido y varios deportistas ahogados en sollozos e incapaces de articular una sola palabra. ¿Qué había ocurrido? ¿Los casos de dopaje habían pasado factura? ¿Tal vez la corrupción? ¿O fue la crisis económica? Nadie -tampoco el Príncipe- se lo explicaba.
Un discurso brillante y emotivo
Felipe de Borbón se batió el cobre durante su intervención final -en inglés, francés y castellano- ante los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI) para convencerlos de que Madrid era una apuesta seria y segura. Pero su discurso brillante y emotivo, en el que incluso apeló a sus dos hijas, las infantas Leonor y Sofía, como representantes de una infancia que aspira a un futuro mejor, no bastó para inclinar la balanza a favor de Madrid. Luego, cuando se apagaron los sollozos y se secaron las lágrimas, todos coincidieron en destacar la gran labor del Príncipe. Algunos, tal vez, lo harían por pura cortesía institucional; pero lo cierto es que don Felipe cumplió bien su papel, aunque eso no fue suficiente.
¿Habría obtenido mejores réditos su padre si hubiera estado en condiciones de viajar hasta la capital argentina? Nunca se sabrá. Lo único cierto es que don Juan Carlos sigue aferrado al trono y se resiste a dejar paso a su heredero, pese a que su estado de salud no ha mejorado todo lo que los médicos esperaban. El monarca fue intervenido quirúrgicamente por última vez hace ya seis meses -una hernia discal en la zona lumbar de la columna vertebral- y aún no ha podido desprenderse de las muletas, por lo que su actividad oficial como jefe del Estado se ve seriamente limitada. Y, por si fuera poco, el fantasma del caso Urdangarin sigue revoloteando a su alrededor: el último sobresalto, el préstamo -¿o donación?- a su hija Cristina para la compra del palacete de Pedralbes.
COMENTARIO:totalmente de acuerdo con su comentario. El príncipe Felipe fue el único que estuvo a la altura de la situación y que salió airoso. El único que supo dar una imagen de seriedad y solvencia.
¿Para cuando el cese de Alejandro Blanco? Demostró ser un incompetente a quien el cargo le queda enorme. Ya lo sabíamos, pues había dado muestras de su cutrez con los uniformes de Londres, confeccionados por una empresa rusa, con el argumento de que habían salido gratis. Como si no hubiera empresas de confección españolas dispuestas a patrocinarlos.
¿Para cuándo el cierre de la oficina Madrid 2020? He visitado la página y me encuentro con que la traducción al inglés es absolutamente penosa, una traducción literal del español que, salta a la vista, no está hecha por un profesional. No domino el francés, pero me temo que la traducción a esa lengua será igual de mala.
Si miramos al equipo de Madrid 2020, nos encontraremos con que todos son enchufados vinculados con el deporte pero sin preparación para un proyecto de esta envergadura. Empezando por Alejandro Blanco y Theresa Zabell. El sitio de todos ellos es la cola del INEM.
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