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martes, 24 de mayo de 2022

EL PAN DE CADA DÍA.

 El pan de cada día

La agresión rusa a Ucrania empieza a dibujar los perfiles de una crisis alimentaria que puede desatar un efecto en cadena sobre regiones teóricamente ajenas al conflicto militar

La globalización está mostrando su faceta menos constructiva con la expansión de los temores provocados por la invasión de Ucrania por Rusia. Se ha dicho, con razón, que la globalización de las comunicaciones de todo tipo ha reducido el hambre en el mundo y que sus beneficios son mayores que sus perjuicios, siempre que haya un crecimiento homogéneo de la economía mundial. Pero, de la misma manera que los beneficios circulan con rapidez en las redes de la globalización, también lo hacen los problemas, las inquietudes y las crisis. Actualmente, la agresión rusa a Ucrania empieza a dibujar los perfiles de una crisis alimentaria que puede desatar un efecto en cadena sobre regiones teóricamente ajenas al conflicto militar y a su diplomacia de sanciones económicas, pero muy condicionadas al flujo de exportaciones de grano desde tierras ucranias y rusas.

Ambos países son los principales exportadores mundiales de trigo, cebada y maíz. También generan un alto porcentaje de aceite de girasol. Con este dato es fácil comprender el temor de Naciones Unidas a que aumente el hambre en el mundo. La preocupación energética es principalmente europea, pero otras regiones tienen la preocupación de que sus ciudadanos coman todos los días. Si a esto se une que Rusia y Bielorrusia son los principales exportadores de fertilizantes, la tormenta sobre la cadena alimentaria roza una perversa perfección.

El ciclo logístico de producción, transporte y distribución no admite parones, porque cuando se reanuda tarda mucho en volver al punto de partida anterior a la crisis. Las economías todavía no habían recuperado plenamente el ritmo anterior a la pandemia cuando se inició la agresión rusa contra Ucrania, uniendo un desastre a otro. La interrelación de todos los factores de la economía global se reflejó en el atasco de cientos de barcos con sus mercancías sin descargar porque Shanghái, con su puerto incluido, estaba cerrado por un nuevo brote. Cuando falla un eslabón de la cadena de suministros se rompe todo el circuito. Algo así puede suceder a corto y medio plazo con la distribución de trigo ucraniano y ruso. Más de 22 millones de toneladas de trigo están almacenados en silos de Ucrania, porque sus puertos siguen bloqueados por los rusos. Si este trigo no sale al exterior, y la guerra continúa devastando zonas de cultivo, tampoco habrá nuevas cosechas que repongan las mercancías consumidas.

Algunos países están optando por medidas proteccionistas, como la India, que ha prohibido la exportación de trigo. Otros administran sus necesidades manteniendo un perfil bajo frente a Rusia, como Brasil, extremadamente dependiente de los fertilizantes rusos. Es cierto que, como en tantos otros aspectos, los efectos de las carencias de grano se notarán de manera diversa y afectarán principalmente a los más expuestos a la dependencia de importaciones procedentes de Ucrania y Rusia, y con condiciones previas adversas, como la pobreza endémica, el cambio climático o los conflictos militares.

El reto que plantea la escasez de grano es, por tanto, de gobierno mundial y emplaza a las grandes organizaciones internacionales a una concertación de medidas de solidaridad y de garantía en la cadena de distribución de alimentos básicos. No hacerlo así, además de mantener en manos de Rusia un arma de coacción diplomática y económica, creará condiciones para nuevos conflictos en regiones ya inestables de por sí. La historia, y muy reciente, como en Irán, está plagada de revueltas que empezaron con un aumento del precio de pan. La amenaza del hambre ya no es un temor infundado, sino una expectativa dramáticamente real.

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