Con la OTAN, y sin complejos
No es fácil que los aliados entiendan que el CNI esté en almoneda con grupos que han intentado buscar el apoyo de Rusia, o que la mitad del Gobierno pida manifestarse contra la OTAN.
Para las generaciones de europeos que han vivido en paz durante las últimas décadas, con el convencimiento de que era algo natural que solo dependía de su voluntad, la invasión de Ucrania por parte de Vladímir Putin constituye un amargo despertar a la realidad. En este momento se puede apreciar todo lo que significó que hace cuarenta años hubiera dirigentes políticos con la lucidez para vincular a nuestro país con la OTAN, una alianza basada en la defensa de la libertad y la democracia. Es cierto que no todos los problemas se pueden resolver por medios militares, como ha demostrado la frustrante misión en Afganistán, pero cuando emerge una amenaza militar directa, el poder de disuasión de la OTAN es la mejor herramienta para contener a un tirano con ansias expansionistas y armas nucleares, tal y como han demostrado Suecia y Noruega, que se han apresurado a abandonar sus respectivas fórmulas de neutralidad para pedir su ingreso en la Alianza Atlántica.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, lo ha dicho en varias ocasiones al referirse a la función de la Alianza en la actualidad: proteger a sus miembros de una amenaza real, es decir, usar la disuasión para impedir que el conflicto se extienda y, al mismo tiempo, ayudar a Ucrania a defender su libertad ante una agresión injusta.
Que se celebre en Madrid la cumbre anual de jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN es un gesto importante que conmemora, además, los cuarenta años desde nuestra integración en la Alianza, pero sería aún más productivo que el Ejecutivo de Pedro Sánchez entendiese de una vez que el derecho a ser defendidos por nuestros socios conlleva también obligaciones, como la de tener una política exterior y de defensa coherente. No es fácil que los aliados entiendan que los servicios de inteligencia españoles estén en almoneda con grupos políticos secesionistas que han intentado buscar el apoyo de Rusia, o que la mitad del Gobierno esté pidiendo manifestarse en contra de la OTAN y el presidente lo tolere. La ministra de Defensa -o lo que quede de ella después de esta cumbre, puesto que los socios de Sánchez no consideran suficiente la destitución de la directora general del CNI- cree que enviando una batería antiaérea a Letonia basta para demostrar el compromiso atlántico de España, cuando todos los demás gobiernos saben que, en materia de ayuda directa a Ucrania, España no ha estado a la altura, precisamente porque los líderes de Unidas Podemos, que son una parte del Gobierno, y todos los aliados en los que se apoya Pedro Sánchez siguen cautivos de ese falso pacifismo ligado al comunismo, alérgico a la OTAN y lo que representa, y prefieren pactar con Putin la partición de un país soberano. Y el presidente también lo tolera. Tal vez este año hubiera resultado adecuado que el presidente del Gobierno hubiese acudido al desfile del Día de las Fuerzas Armadas, celebrado en Huesca y en el que se rendía homenaje precisamente a la OTAN, para al menos escenificar cierto interés, pero prefirió dedicarse a la campaña electoral andaluza, que es una manera de mostrar qué es lo que más le preocupa.
Mientras tanto, los militares españoles, que están entre los mejores profesionales del mundo, tienen que hacer milagros con la dotación presupuestaria que se les atribuye, a pesar de que la guerra de Ucrania ha puesto sobre la mesa la urgencia de atender sus necesidades cuanto antes, porque por experiencia sabemos que nuestra seguridad de mañana depende en gran parte de las decisiones que se tomen hoy.
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