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lunes, 30 de mayo de 2022

LA GENERACIÓN DECEPCIONADA.

 La generación decepcionada

Una democracia con clases medias amenazadas reacciona con su adhesión a los miedos populistas y acepta peligrosamente el sacrificio de algunos principios democráticos

La llamada ‘generación millennial’, la compuesta por los nacidos entre 1981 y 1995, aproximadamente, ha pasado de ser la pujante protagonista de un futuro digital a convertirse en un grupo social sometido a las tensiones de dos crisis consecutivas, la económica de 2008 y la global de la pospandemia y de la guerra en Ucrania. Apenas estaba saliendo de la primera y ya ha caído en la segunda. Es una generación formada por los hijos de los ‘baby boomers’ de los años sesenta del siglo pasado, educada en el bienestar de una sociedad democrática, pacífica, abierta y dotada con servicios públicos envidiables. Fueron creciendo también en una cultura de competitividad profesional y de superación de roles tradicionales sobre el trabajo y la familia, algo muy presente en la causalidad de la crítica caída de la natalidad en España.

Sin embargo, sus expectativas están defraudadas por un ciclo histórico adverso y duradero, que ha marginado a muchos ‘millennials’ de la carrera por el progreso personal y profesional, lo que se manifiesta en múltiples facetas. La carestía del mercado inmobiliario y unos sueldos mediocres, cuando no sencillamente bajos, son factores que lastran la emancipación personal de los cada vez menos jóvenes, sin la cual es imposible un proceso de verdadera renovación regeneracional. La permanencia en los hogares familiares a edades adultas es, ciertamente, una alternativa a situaciones de desamparo y precariedad, pero al mismo tiempo representa el síntoma más claro de la falta de expectativas personales.

Los ‘millennials’ son, además, los responsables de garantizar las pensiones de sus padres en las dos próximas décadas, y será difícil que lo hagan con unas nóminas cortas, devoradas en buena medida por la inflación, por muy coyuntural que esta sea -y que no lo está siendo tanto como anunció el Gobierno-. A la hora de afrontar el inevitable pacto de rentas al que habrá que llegar, más pronto que tarde, para que los precios del consumo no sigan aumentando, esta generación habrá de tener un capítulo aparte, de trato favorable, por sus propias necesidades y porque son la inversión de este país a medio plazo. Alquileres altos y tipos de interés que subirán son lastres añadidos para una generación que no encuentra un camino de proyección para el futuro y en la que aumenta inexorablemente la brecha entre quienes tienen una base familiar acomodada y quienes carecen de ella. Es así de real, sin necesidad de doparse con la droga de la lucha de clases.

Los ascensores sociales, como el de la universidad pública, están dejando de funcionar para facilitar el relevo y la expansión de las clases medidas. El mayor riesgo de este fallo es el empobrecimiento de estas clases, no solo en el plano económico, sino también en los planos cultural y formativo. El ‘sistema’, ese mantra polisémico al que recurren los extremos ideológicos para pescar en el río de la insatisfacción social, acaba convertido en el chivo expiatorio y culpable de los fracasos generacionales. Una democracia con clases medias amenazadas reacciona con su adhesión a los miedos populistas y acepta peligrosamente el sacrificio de algunos principios democráticos y del Estado de derecho a cambio de una falsa seguridad.

España tiene sobre la mesa un reto sociológico de primera magnitud, con el que se decide no solo el grado de dificultad de su futuro, sino su futuro mismo como una sociedad del bienestar, de servicios y reconocida en su sistema de derechos y libertades democráticas. Es un desafío vital para un país que no tiene un proyecto nacional.

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