Un error histórico y letal
Lo que ha pasado en Afganistán en los últimos meses ha sido una equivocación de dimensiones colosales para Estados Unidos y para la OTAN, que también deberá explicar cómo piensa superar este duro trauma.
ES difícil sostener, como ha hecho reiteradamente la administración demócrata de Joe Biden, que el objetivo de Estados Unidos en Afganistán era «pasar cuentas» por el atentado de las Torres Gemelas del 11 de septiembre y que dado que ya ha sido logrado se justificaría esta desastrosa e humillante retirada. Las imágenes de la entrada triunfal de los talibanes en el palacio presidencial de Kabul constituyen en realidad la constatación de una derrota amarga y cuya consecuencia principal es el desprestigio planetario de la reputación de Estados Unidos y sus aliados como representantes de los ideales democráticos y liberales.
Es cierto que la situación había llegado a un punto en el que se hacía necesario valorar cuánto tiempo más podía permanecer allí la presencia militar occidental en un país lejano y abrupto, lleno de armas y de enemigos. Es posible conceder que en algún momento había que tomar la decisión de abandonar el apoyo militar directo al Gobierno afgano que ahora ha huido despavorido. Lo que no se puede aceptar es que los servicios de información norteamericanos, desde enero a las órdenes de Biden, no hubieran sido capaces de detectar la situación real de los insurgentes terroristas sobre el terreno ni anticipar que los talibanes irían más rápidos para hacerse con el país que los militares estadounidenses para evacuarlo. El caos en el aeropuerto de Kabul es una escena aún más vergonzosa que la de la evacuación de la embajada en Saigón, símbolo de otra derrota determinante en la historia de EE.UU.
¿Cómo es posible que durante veinte años se haya mantenido el espejismo de una misión noble y justa que pretendía trazar un horizonte prometedor para los afganos -y sobre todo para las afganas- sin tener en cuenta que los gobernantes locales sobre los que se apoyaban estos planes eran en realidad una panda de corruptos y de cobardes? En dos décadas también podían haberle cogido la medida a los bandidos talibanes, para saber que mienten sistemáticamente para ocultar en las negociaciones las mismas intenciones que tenían cuando azotaban y ahorcaban inocentes en el campo de fútbol de Kabul. De hecho, la administración de Joe Biden ha tenido al menos ocho meses para preparar una salida más decorosa de ese avispero, al menos para tratar de rescatar parte del armamento moderno que ahora caerá en manos de estos fanáticos con relaciones con Pakistán, China y Al-Qaeda, que es otro de los grandes vencedores de este desastre. El terrorista al que se le atribuyen aquellos ataques en Nueva York y Washington, Osama Bin Laden, que fue liquidado en 2011, tendrá pronto una plaza en Kabul con todos los honores, lo que es una auténtica ignominia para todas las víctimas de sus acciones terroristas y para los soldados que han dejado su vida en aquellas tierras en defensa de unos ideales ahora tirados a la basura en una operación increíblemente mal planificada.
Si no se puede ganar una guerra, lo más inteligente es intentar al menos no perderla de forma escandalosa. Ni siquiera los soviéticos sufrieron un escarnio parecido cuando retiraron con orden y sin pánico a sus últimas tropas de Afganistán, a pesar de que tampoco pudieron doblegar a los combatientes islamistas. Lo que ha pasado en aquel país en los últimos meses ha sido un error de dimensiones colosales para Estados Unidos y para la OTAN, que también deberá explicar cómo piensa superar este duro trauma que pone en duda su reputación global y su propio futuro como alianza militar.
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