Reuniones sin actas ni agendas
A diferencia de un separatismo que nunca ha ocultado sus objetivos, el Gobierno esconde, de tenerlo, su proyecto para Cataluña, envuelto en contradicciones y falsedades.
Del Ejecutivo de Pedro Sánchez conocemos su Agenda 2030, con rango ministerial y de carácter globalista, y la Agenda 2050, aún más inmaterial e imprecisa. De haberlo, el plan diseñado para frenar el desafío institucional del separatismo, vital para el futuro inmediato de España, empezando por los catalanes, es una incógnita. El comienzo de las negociaciones bilaterales pactadas entre el Gobierno y la Generalitat -prólogo de la mesa de negociación de la denominada autodeterminación, convocada para septiembre- solo ha servido para dar nuevas y buenas muestras de la premeditada indefinición del Ejecutivo a la hora de defender un proyecto, cualquiera que sea, por discutible que resulte, para Cataluña y el conjunto de la nación. No hay plan B. Tampoco hay plan A. No hay plan, sino instinto de supervivencia. De la misma manera que la Generalitat catalana, al menos desde la legislatura de Artur Mas, siempre ha tenido una hoja de ruta clara y pública ante la que nadie puede llamarse a engaño, con Pedro Sánchez en La Moncloa, donde se mantiene a costa de sus cesiones al independentismo, el Gobierno no ha estimado oportuno plantear y concretar ante las Cortes y la opinión pública española un proyecto diáfano contra la amenaza del nacionalismo.
Tiene razón el PP cuando, a modo de aclaración, pide las actas de la reunión que el pasado martes mantuvieron en Madrid los representantes de Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Quizá sea la única forma de aclarar si entre los planes del Gobierno está o no la ruptura del modelo académico del MIR para ceder a Cataluña su gestión y desgajarla de la red formativa que integran los hospitales públicos. La titular de Sanidad lo niega y, a renglón seguido, la consejera de Presidencia de la Generalitat responde que ese traspaso «sí que está en la agenda». Que dos partes negociadoras discutan entra dentro de lo normal y previsible, más aún si tienen que sacar pecho a la salida de la reunión. Lo insólito es que mientan, o que no cuenten la verdad, algo que ya sucedió cuando el Ejecutivo ocultó la figura del ‘relator’ que Quim Torra quiso incluir en el reparto de la mesa de Pedralbes.
La agenda del Gobierno de la nación para Cataluña no solo es un misterio, sino una contradicción. Mientras la ministra de Política Territorial se felicita por el desembolso de 1.700 millones de euros para ampliar el aeropuerto de El Prat, el partido con el que Sánchez comparte el Ejecutivo anuncia su participación en las manifestaciones contra la misma infraestructura. La agenda del jefe del Ejecutivo no coincide con la que manejan sus socios de Unidas Podemos, y ni siquiera los ministros procedentes del PSOE se ponen de acuerdo en las cesiones que el conjunto del Estado, convertido en moneda de cambio para Sánchez, ha de hacer al separatismo para ir aplazando el desenlace de su pulso. Después de que Iceta -el visionario ministro que anunció los indultos que más tarde hizo efectivos el presidente del Gobierno- se mostrara partidario de ceder a Cataluña las competencias del Estatut anuladas por el Tribunal Constitucional, entre las que figuraba la creación de un Consejo de Justicia independiente del CGPJ, la ministra de Defensa, exvocal del mismo CGPJ, rechazó ayer de forma tajante la propuesta del líder del PSC. La claridad de ideas y de agendas es absoluta en el Gobierno, ya sea para dinamitar el modelo del MIR, realizar inversiones en Barcelona o debilitar uno de los tres poderes del Estado. La única hoja de ruta que conocemos es la del separatismo. La que maneja Sánchez, conocido por decir una cosa y hacer la contraria con respecto a Cataluña, está invalidada por la ocultación y la contradicción y y solo le es útil como manual personal de resistencia.
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