Y MÁS EMOCIÓN
El equilibrio entre razón y emoción: una falsa frontera, una eterna lucha, un anhelo inalcanzable o un equilibrio circunstancial. Son demasiados los agentes políticos interesados en que dicho equilibrio siga siendo pura ficción, en manipularnos a través de las emociones.
Resulta más provechoso para ellos promover lo visceral o lo emocional por encima de lo racional. Pues las emociones o las reacciones instintivas alejan el pensamiento crítico del ser, inhiben el entendimiento y neutralizan nuestra capacidad de razonamiento. Porque primero sentimos y luego pensamos.
Este afán por lo visceral se intensifica en vísperas electorales. En una sociedad polarizada, carente de cualquier elemento cohesionador y abrumada por el exceso de información, se apela a las emociones primarias negativas para lograr el voto. Dichas emociones primarias acaban transformándose en sentimientos, a través de asociaciones mentales que parten de premisas equivocadas o infundadas, pero que ni siquiera cuestionamos y logran su objetivo, obtener nuestro voto.
Compramos un producto a cambio de dinero al igual que adquirimos la expectativa de un político a cambio de un voto. Para maximizar dicho beneficio, es decir, para maximizar el número de votos que obtiene un partido, recurren al desequilibrio emoción-razón. De forma que, a través de la manipulación emocional y no de la razón, consiguen captar un mayor número de votos.
Nosotros -su público objetivo-, impulsados por las emociones, llegamos a obviar los errores esenciales cometidos por dichos políticos, las promesas incumplidas y sus contradicciones estructurales. Es tal la predominancia de la emoción y el posterior sentimiento de odio sobre la razón que acaba imponiéndose a la memoria. Llegando incluso a desviar nuestra atención acerca de los debates verdaderamente trascendentes. Padecemos todos los síntomas de una amnesia temporal colectiva provocada por una disfunción de la razón. Prevalece la identificación del "rojo" o el "facha" sobre el futuro de nuestra nación.
Causa o efecto de la polarización social, este desequilibrio contamina el debate público e intoxica nuestras relaciones personales. Un nocivo desequilibrio letal para nuestra sociedad.
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